lunes, 6 de junio de 2011

Elecciones otra vez

      El paradero atiborrado de masa humana, la mañana gris y los microbuses y combis haciendo su agosto, caracterizaban dicho día festivo. Me encontraba en el paradero esperando que pase un bus, el único que me lleva a la puerta del lugar de sufragio. Después de unos diez minutos pasa dicho bus. Lo paro. Y en mi extremo afán de terminar con todo, me trepo en la puerta trasera, el bus estaba tan lleno que a duras penas pudo cerrar la puerta. Con una mano me sujetaba del fierro que está contiguo a la puerta y la otra estaba metida en mi bolsillo, resguardando con gran recelo mi DNI y algunas moneditas que conformaban mi pasaje. No llevaba billetera ni mucho menos mi celular ya que el lugar donde me tocaba votar era el fin del mundo, un sitio maleadazo, peligroso, el centro de la delincuencia y gente de mal vivir.
      “Pashajes, pashajes”, se escuchaba a lo lejos, el cobrador descuidado no me cobró y siguió de largo. Las líneas automovilísticas hacían lo que se les daba la gana, me dejaron a medio camino, pensaba reclamar mis derechos, pero, viendo que todos se bajaban, no iba a ser el único que siga en el bus, resignado, bajé, sin evitar esconder mi desazón.
      Esperé que pasara otro bus, mi esperar pareció eterno. “No la hago”, dije, cuando pasó el siguiente bus y no paró, debido que estaba repleto. Ahora el reto era llegar al lugar de sufragio y votar. Desesperado tomé cualquier bus que vaya de frente, sin darme cuenta me desvié del camino y me bajé en Montenegro, me bajé porque todos bajaron.  No conocía el miserable lugar. Tenía que hacerme el del la zona, porque sino no llegaba vivo a mi casa. Cruzo la pista y veo a un serenazgo.
      -Disculpe, ¿conoce el colegio Juan Pablo II?
      -No, ¿Dónde queda más o menos?
      -No sé, Mariategui, Casa blanca, por ahí creo.
      -Ah, eso está más abajo, te has pasado.
      “Lógico pe huevón, claro que me he pasado, por eso estoy aquí”, pensé
      -¿Y cómo hago para ir aya?
      -Tómate un carro hasta el 5 de Mariscal y te vas a la derecha con otro carro.
      -Ok. Gracias.
      Hice lo indicado y luego de detalles que no merecen ser contados, llegué al 5 de Mariscal. El lugar ya lo conocía. “Cha voy a tomar carro, caminando nomás”, dije entre mí, y con el valor que pocas veces tengo, me dirigí caminado, sin importar estar en una zona maleada, en ese momento todo me llegaba, nada tenía importancia, sólo quería llegar, votar y acabar con esa huevada.
      Entro al colegio, el pabellón donde me tocaba votar estaba al frente de la puerta principal; el aula estaba vacía, no hice cola, de frente entré.
      Entrego mi DNI al miembro de mesa y con la cartilla en mano me dirijo a votar. Siendo sincero desde hacía mucho tiempo mi voto estaba decidido: VICIADO. Iba a realizar gráficos obscenos y escribir unas cuantas lisurillas, firmando con otro nombre, pero no, cambié de elección al último momento. No voté por Keiko, porque votar por ella era decir que estaba de acuerdo con lo sucedido hace más de diez años: dictadura, renuncia por fax, genocidio y violación de derechos humanos, era inevitable no sentir asco. En un acto impensado marqué la O, ni en mis más lejanas pesadillas pensé votar por él, pero bueno, amigos míos habían influenciado, sin duda, en esta elección. Doblo la cartilla, la meto en el ánfora. Firmo, meto mi dedo medio a un pomito donde había líquido azul y finalizo con el sufragio guardando mi DNI. Ya de espaldas a los miembros de mesa digo: “¿Tanto por esta huevada?” y de pronto, escuché carcajadas.