sábado, 24 de diciembre de 2011

Un cuento lineal por Navidad

Se acercaba la navidad y junto a ella, el ambiente cambiaba, como suele pasar en esas fechas. Adornos navideños por todos lados, luces chillonas, árboles falsos, nacimientos de todo material. 

Era el 24 de diciembre de un año que no tiene relevancia decir cuál era. Lo único importante es indicar que era vísperas de la navidad. La familia López se alocaba en esas fechas: el papá despilfarraba el dinero en adornos, regalos y demás cosas materiales; la mamá cocinaba el pavo, la única vez en el año en la cual se dignaba a cocinar y no mandar a la “chica” a hacerlo; los niños esperaban la medianoche con sus mejores ropas, esperaban regalos vanos como esos juegos modernos de los cuales desconozco los nombres. Las mascotas, escondidas debajo del árbol, asustados por los cohetes. Todo era, aparentemente, felicidad. 

Mientras tanto, Julián, un niño de ocho años, huérfano, caminaba por las calles de Miraflores, sucio, con su ropa de siempre, con su rostro sumergido en la más honda tristeza, con las esperanzas muertas, caminaba sin dirección, no sabía adónde ir, no tenía con quien pasarla. Su bolsa de caramelos estaba, por fin, vacía; vacía como su corazón, carente de sentimientos, carente de afectos, carente de un abrazo, carente de, quizá, un “te quiero”. Julián lloraba desconsoladamente, lloraba porque si, lloraba porque se sentía solo, lloraba porque odiaba ese día como ninguno, esas fechas le hacía recordar qué tan infeliz era. 

En un universo paralelo, Max, un joven de veinte años, apuesto y atlético, caminaba a raudos pasos. Había salido de su trabajo. Eran las once y cuarenta y cinco. Max trabajaba como practicante de selección de personal en una famosísima cadena de comida rápida. Vestía un elegante terno del color de sus intenciones, una corbata dorada que combinaba con su camisa y calzaba un par de zapatos que brillaban como el sol. 

Max se da cuenta de que en un rincón se encontraba un niño afligido, al escuchar sus llantos, se acerca a él. Ese niño era Julián. El infeliz niño se niega a hablar con él, hasta que, sin fuerzas, se da por vencido y decide contarle sus penas. Max lo tenía todo, todo lo que quería un joven de veinte años, entonces se preguntó qué tan injusta era la vida, por qué era magnifica para algunos, como él, y una total perra, para otros como aquel niño. 

–Julián, esta noche te vas a cenar conmigo, mi mamá ha hecho un rico pavo. 

El infeliz niño lo mira fijamente, no sabía que decir, no se imaginaba que aún quedaban personas nobles. Asintió con la cabeza y siguió al elegante joven. Ambos llegan a la casa de Max a las doce y media. El papá abre la puerta, abraza a su hijo y mira de pies a cabeza al infeliz niño. Max le indica a su familia que no hagan preguntas y que ese día era un día de compartir, que el sucio niño era su amigo, y por ende, tenía el mismo derecho de compartir la mesa. Julián pasa una navidad única, inesperada, rodeado de personas, comiendo una rica cena, cantando villancicos, recibiendo regalos, recibiendo afecto, viendo sonrisas, sintiendo abrazos. Sintiendo lo que en verdad es la navidad, un día de unión y no un día de regalos ni cosas materiales. Por fin, a sus ocho años aprendió lo poderoso que es una palabra, un abrazo, una sonrisa, por fin, conocía la felicidad.

martes, 13 de diciembre de 2011

25 años después

Luego de mucho tiempo volvía a los Olivos, aquel lugar donde cada sábado era infaltable algún festival rockero de la movida subterránea. Salía del Mega Plaza junto a Miguel, un amigo que conocí en las etapas de indecisión y futuro incierto (épocas de la pre), rumbo al concierto por los 25 años de Psicosis. Las calles me resultaban irreconocibles, el cielo más gris que nunca, los mecánicos y pirañas por doquier, mujeres nada atractivas. Luego de unos largos minutos llegamos al Honey. Me resulto extraño e inimaginable que las afueras del local estuviese vacio. Rápidamente venían recuerdos a mi mente, un mar de personas vestidas de negro, fumando, tomando, haciendo la calle su hogar.
Me acerqué al gorilón de la puerta y le dije que era el ganador de un concurso por facebook y por ende, tenía pase libre. El descerebrado sujeto me llevó hacía uno de los promotores y luego de intercambiar algunas palabras y ver que mi nombre, en efecto, estaba en lista, entré. Miguel tuvo que pagar entrada como cualquier mortal.
Harta bulla, tonadas monótonas, la tía vendedora de sándwiches, grupos de amigos, enamorados, ganes, pogo en medio del local, cerveza Brahma, el tío vendedor de fallos, son imágenes que evoco al escribir este intento de crónica. ¿Fue diferente este concierto? Sí, sin duda, el local estuvo medio vacío hasta la noche, la gente de la vieja escena se mescló en la sociedad, algunos, como yo, volvieron después de largo tiempo, hubo muchas, muchas caras conocidas, gente con su primer pogo, un asco por cierto, un pogo con harto salto, ¿dónde está el pogo true punk o el pogo de vueltitas? Pero bueno, gente viene y gente se va.
Llegamos cuando estaba tocando De la Nada, lo único bueno fue su famoso “Llantos y sonrisa”, canción que animó a la gente a armar un buen pogo. Posteriormente, subió Aeropajitas con su buen punk rock, tocó las canciones de siempre. Luego subió 40 gramos, tocaron sus canciones antiguas, realmente me hicieron recordar épocas de colegio, cuando hacía mis tareas escuchando el álbum “Jugo de naranja”, fue la primera vez que me agradó tanto una presentación de los 40 gramos. Inyectores y Tragokorto no lo hicieron nada mal. Terreviento con sus locuras, gritando “todos calatos, carajo”, tocando “bala perdida, “maldita hermosa”, incentivando que la gente haga suya las canciones, si es que lo intentó, lo logró.
Fue un concierto distinto pero me gustó, no, mentiría, me encantó. Aunque no haya escuchado a Diazepunk o Valerie Series o bailado ska con Psicosis, estuvo estupendo, quizá faltó un agresivo Serial Asesino, un multigénero Difonia o un chikipunk 6 voltios. Pero bueno pues, no todo se tiene esta vida. Asistir al concierto me hizo sentir vivo de nuevo, no me arrepiento de volver a lo que era antes, quizá con mucha universidad particular y sitios que no solía frecuentar, me había convertido en lo que antes repudiaba, nunca es oportunidad de cambiar o, bueno pues, volver a sus orígenes.