lunes, 2 de enero de 2012

Fast Food y explotación

Primer post del año, de temática muy personal. Creo que es necesario compartir con ustedes, mis queridos lectores, aquella nada maravillosa experiencia que tuve el último día del 2011, en un sitio burgués. En este post mezclare todos los sentimientos y pensamientos que tuve y discúlpenme por ser demasiado sincero o desubicado o, simplemente, un perdedor.

“Ojalá que no la cague”, dije al salir de casa mirando un tétrico escenario. Como casi siempre, Bobby me acompañó hasta doblar el paradero. El tiempo atmosférico no fue nada reprochable: hubo un tímido sol que apenas imponía presencia.

En el trayecto del bus imaginaba mis planes para el verano, imaginaba ganar algo de dinero para poderlo gastar en cosas vanas como conciertos, fiestas o noches de alcohol. Ni en el más remoto de mis pensamientos imaginaría pasar por tanta explotación.

Luego de algún tiempo incontrolado aparezco por el Centro Comercial de Chacarillas. Mujeres de cuerpo colosal desfilaban a mi alrededor junto a sus esposos, hijos o algún acompañante de paso. Era mi primer día de trabajo y cabe la casualidad que llegué diez minutos temprano. En la puerta del trabajo encontré sentada a una de las chicas del área de atención al cliente. La saludé con un hola y comenzamos a entablar una nada amena conversación. “Voy a trabajar hasta mañana para cumplir una semana y a los días cobraré. Pensaba ganar más propina en este lugar”, me dijo. Ya empezaba a sentir un mal clima organizacional. Al ver que aún no llegaba el administrador fuimos al Plaza Vea a buscar algo de comer, no encontramos nada. “¿En este lugar te dan uniforme?”, “No, en este lugar no te dan nada, ni comida, alucina que tienes que traer tu comida, por Dios, es un restaurant y no dan comida”. Salimos de aquel supermercado y regresamos al trabajo, esta vez encontramos al administrador que recién había llegado. Era un tipo de contextura semi-obesa, con una gran sonrisa y un peinado estúpido. Siempre se la pasaba hablando por nextel. Al rato entró un compañero. Entramos a la cocina, a nuestra área de trabajo. No sabía qué hacer. El “compañero” subió a cambiarse. La chica que hacía unos minutos hablaba conmigo me dijo que la ayudara a bajar las sillas de la mesa y a barrer, la miré extrañado. “Hazlo tu pe conchatumadre, ay carajo, lo tendré que hacer nomás pues, que chucha, todo sea por el dinero, aunque ayudarla no me corresponde, pero bueno, no tengo nada que hacer, no quiero que me vean haciendo nada”, pensé. Veo que el “compañero” regresa a la cocina y vuelvo al lugar, le digo en que le ayudo y me dice que barra. Un misterioso tipo de gran masa muscular y con un aparato súper sofisticado me saluda y se presenta. Su nombre era Kevin y era el más antiguo del trabajo, mucho más antiguo que el imbécil del administrador, es por eso que le hablaba de tú a tú. Sin duda, fue muy amable, me enseñó de todo, desde cortar un tomate, rayar el queso hasta preparar los diferentes tipos de pizza. 

–¿Qué música escuchas? –me preguntó
–Rock y un poco electrónica, ¿tú?
–De todo: salsa, punk, metal, electrónica, un poco de reggaetón pero no mucho, ¿has escuchado Daft Punk?
–Sí –De pronto recordé cuando tenía ocho años y pasaban videos de Duft Punk en aquel MTV diferente al de ahora– ¿y escuchas punk peruano, qué bandas?
–6 voltios, Chabelos, épocas de colegio pues
–Claro, ¿ibas a conciertos los de Cailloma, Los Olivos, Barranco?
–Sólo a los de Barranco, como se me hacía más cerca a mi casa, llegaba hecho mierda al colegio

Me reí dentro de mí, que tal posero resultó. 

Cada minuto pasaba y sentía cansancio. En las seis horas que me tocaba trabajar, no tuve ni un puto minuto de descanso. Si no había pedidos tenía que limpiar los instrumentos de cocina y la cocina en sí. Cuando estaba a medio limpiar venían más pedidos. Me corté la mano derecha al rayar quesos, no fui el único, dos huevones más también se cortaron. Era inhumano que no me dieran comida, las fuerzas al transcurrir el tiempo se me iban. Aparte tenía que irme a otra sede de la empresa si es que el administrador me lo ordenara. No trabajaba seis horas sino ocho y me pagan igual: no respetaban mi horario part time. Tenía que entrar a una refrigeradora gigante a meter y sacar ingredientes, sin duda, el cambio de temperatura me terminaría, algún día, matando. No tenía mayor deseo que sea las cuatro y poder largarme de ese inmundo lugar, estaba seguro que no regresaba más. “Conchasumadre, esta huevada no me conviene, me gasto un culo en pasaje, hago algo que odio, esto no es para mí, estaba perfecto cuando trabajaba en La Molina como practicante contable frente a un monitor, sentado todo el tiempo, relajado, escuchando la música que yo quería, tal vez ganaba un poquito menos, pero hacia algo relacionado a mi carrera, ganaba experiencia, era La Chamba, conchasumadre, fea mierda, a esta huevada no regreso más. Peor para la miseria que me pagarán, ni huevón”, sentencié. Me despedí de Kevin (la conversación que hubo en ese instante no vale la pena escribirlo) y me largué de aquel inmundo lugar, humillado, cansado, con hambre, con sueño y me dirigí al paradero.