viernes, 10 de mayo de 2013

No es suficiente lamentar

Aquel poste de luz nos alumbraba con timidez. Nos encontrábamos parados frente al Plaza Hogar en Surquillo. Saco mi celular y llamo por enésima vez a Yesenia y al loco. Ninguno de los dos me contestaba. Después de la insistencia se les ocurre apagar sus respectivos celulares. No supimos que hacer. Al ver que se aproximaba un grupo de wachiturros, decidimos abandonar la espera y cruzar la pista con ligero disimulo. 

–No entiendo como hay personas que pagan entrada y no van al evento –dije ofuscado. 
–Ese conchasumadre del loco, siempre la misma huevada –dijo Blind- es un enfermo. 

Apolaya movió la cabeza mirando el piso. Ya estábamos allí, no había vuelta que darle. Nadie de nosotros quería vender las entradas del loco y Yesenia. Nadie. Sin duda, llegamos muy apagados a la mierda esa. En la puerta del centro comercial estaban unas chicas tan espectaculares, que atraían las miradas masculinas como las sirenas, en Sicilia según la mitología griega, hacían con los tripulantes de los barcos. Una de ellas se nos acercó y nos ofreció entradas. Le contesté que ya teníamos y que vendíamos dos. Sonrió y se esfumó. De pronto, un grupo de muchachos salen a raudos pasos vociferando. Algo de lo que pudimos escuchar fue que el tono era una mierda y que se dirigían a Barranco a uno mejor. Las malas vibras llegaban. 

–¿Hasta qué hora nos quedamos? –dije. 
–Hasta la 1:30 o 2 –respondió Apolaya. 

Ceñí las cejas. Tenía la idea de quedarme hasta que salga el sol. Siempre hacia eso. Lo hacía por muchas razones: para no pagar taxi, para no correr peligro de que en el camino del paradero a mí casa me roben –si es que me iba en bus- y para, simplemente, justificar el dinero gastado. 

–Ya normal –añadí– allí vemos. 

Subimos las escaleras. Vimos muchos chibolos chupando, tenían la cara tan roja como los camarones. Muchos de ellos eran menores de edad. Desde que cumplí dieciocho años siempre evité aquellos eventos donde dejaban entrar a menores. Antes de entrar al local vendimos las dos entradas a dos tipos a treintaicinco soles. “Con esa plata pagamos el taxi”, dijo Blind y así fue. 

El local estaba repleto. Luego de caminar con extrema lentitud, como si estuviéramos en una procesión, nos acercamos a la barra. El evento era barra libre así que debíamos aprovechar y embriagarnos hasta morir. Le pedimos al barman que nos sirviera trago. El despreciable sujeto no nos hacía caso, so pretexto de la bulla de la música. No nos movimos de allí y luego de unos minutos el tipo saco una botella de tres litros y vertió el contenido. El líquido era blanquecino. Era vodka o ron. Supuse que era lo segundo, ya que la organización del evento era una reverenda mierda. Lo vació hasta casi rellenar el vaso, le echó un poco de refresco, no le puso hielo, y nos entregó los vasos. 

–Ese tipo es un asesino –dije– ¿han visto cuanto alcohol nos ha servido? 
–Sí, conchasuvida –dijo Blind– seguro para que no le pidamos más. 

El trago era una asquerosidad. Me sentía avergonzado por traerlos a un sitio tan repugnante como ese. Me acuerdo que en mi cumpleaños número veinte, en mi casa, quedamos en ir al Hebraica por el rave de Marco Carola. Sabía que a mis amigos no les gustaba la electrónica, bueno, a excepción de Blind, a los demás no. Debido a eso, pensé en cambiar de planes, días posteriores, e ir al evento innombrable que prometía barra libre, música variada y más a un precio ridículo. Lo barato sale caro, dicen. Tienen razón, con eso aprendí. 

La música era repugnante: harta pachanga. No hubo ni media hora de electrónica pura. Las chicas se botaban peor que agua sucia, bailaban con su grupo de amigos de colegio, universidad, barrio, lo que mierda fuere. Habían muchas chicas simpáticas, eso ni negarlo. Pero no estaba lo suficientemente borracho o empilado -no sé cómo lo llames, lector- para sacar a bailar a alguna fémina. Es cierto no soy ningún bailarín, ya que bailo pésimo, no tengo ritmo y no me gusta bailar. Pero cuando hay un buen ambiente, chicas ricas, amigos, buena música y un poco de alcohol, me convierto en otra persona y muchas veces me vuelvo el alma de la fiesta. ¿Qué? Bueno, tampoco les mentiré. Pero eso sí, bailo y mis pasos mejoran al pasar de los minutos y del trago. Blind en un tímido intento sacó a bailar a una chica casi diez centímetros más alta que él. Ella lo miró con desprecio y miró a sus amigas como diciendo: “Y este huevón, que chucha tiene, aj, o sea”. Una de sus amigas volteó y dijo algo así como que nos alejemos de ellas, una cosa así. “Lo que faltaba”, dije y me fui al baño. Dicho lugar estaba infestado de mierda, de mierda pura, ya era lo último. Regresé con mis amigos. Me seguía doliendo el estómago, obvio no hice nada en el baño ya que no suelo cagar en discotecas, además de que no había agua ni papel ni esperanzas. Blind estaba por el cuarto vaso. Pensé que él era el único que se divertía, por eso decidí quedarnos un rato más a pesar de que Apolaya quería desaparecer al igual que yo. Blind se iba y venía. Buscaba cigarrillos. Le preguntó a una chica que fumaba, entre la multitud, si le podía vender. Ella lo miró y le regaló uno. Compartimos el cigarrillo como si fuera un troncho. “Qué fea mierda, ni más”, dije entre mí. Blind se volvió a ir. Cuando nos dimos cuenta estaba buscando trago. Ahora estaba con unos malandros pitucos. Apolaya y yo le dimos el alcance. 

–Ellos tienen whisky –dijo Blind 

El líder del grupo nos miró y se nos acercó. Hablamos un rato sobre cosas que carecen de sentido y de pronto, nos dijo que debíamos sacar otro whisky para poder unirnos a su grupo. “Está cojudo ese conchasumadre”, pensé. Encima querían que los ayudemos a mecharse contra otros idiotas. Nos fuimos de inmediato de allí. Blind se fue al baño. Demoraba una eternidad. Decidimos darle el alcance. Vimos que unos mocosos lo estaban vacilando. A pesar de que eran chibolos, median alrededor de 1.80. “¿Algún problema?”, dije. Se hicieron los locos. Blind entra al baño y luego de un rato, sale junto al intento de barman que lo invitaba a retirarse del recinto. Aquel hombre cabeza de rodilla era, además, seguridad del local. Estaba decidido a golpearlo. Al ver esto nos llevamos a Blind. En el camino se ponía duro y no quería salir. Hubo una discusión entre Apolaya y Blind. Antes de que pasara algo grave, solté un par de carajos y les dije que nos fuéramos ya. El pelón seguía diciendo que lo lleváramos a su casa o que nos íbamos a ganar un gran problema. El bajar las escaleras fue lo más complicado. Teníamos miedo de que Blind pisara mal y se caiga. 

Por fin salimos de esa mierda. Paramos un taxi. Blind seguía ebrio y avergonzado, Apolaya enojado y yo no sabía qué hacer. Prendí música de mi celular y con algo de electro le di color a aquella madrugada nefasta. Apolaya siguió el camino a su casa, yo me bajé antes y dejé a Blind en la suya. Como no quería irme a mi casa, me quedé en la de Blind a dormir en el mueble, hasta que saliera el sol. Si hubiera sido un mal amigo lo hubiera dejado a la deriva, pero no, era lo mínimo que podía hacer.