Mis calificaciones eran deplorables. Cursaba
el quinto ciclo de ingeniería civil pero llevaba cursos de tercero y cuarto.
Nunca quise estudiar esa carrera, solo lo hacía porque mi papá es ingeniero
civil y gana un sueldo nada despreciable, además que cuando estaba en el
colegio él siempre me reventaba las bolas con que nada lo haría más feliz que
continúe su legado. Para ser honestos, nunca quise entrar a la universidad.
Siempre soñé con ser futbolista. Cuando era chibolo jugaba en las divisiones
menores de mi club querido, Alianza Lima. Jugaba de volante ofensivo. Me
destacaba por dar pases precisos a la cabeza o a la pierna del compañero, esos
llamados pases gol; de vez en cuando también pateaba al arco, mucho remates
terminaban en gol. Con respecto a la marca, nunca fui muy bueno, por eso jugaba
en esa posición. Al terminar el colegio tuve discusiones con mi viejo y terminé
estudiando algo que no me llama la mínima atención.
Era el primer día de clases. Escuchaba un set
recontra achorado de Disclosure, puse mi mirada en la ventana del bus. Este se
detuvo unas cuadras antes de llegar a la av. Chimú. En el otro lado, o sea en
la calle, en pleno parque corría una chiquilla de mi edad. No era la gran
cagada pero tenía algo que me causaba atracción. Trotaba a buen ritmo. Parecía
feliz, llevaba una inmensa sonrisa en el rostro. Cuando ella se esfumó, el bus
empezó a moverse con lentitud. “Avanza oe chantón”, le dijo al cobrador, el
tipo que estaba sentado al costado de mí. Ese sujeto era el sudor en persona,
aparte de eso olía a mierda. El set de Disclosure acabó e inició Sun and moon de Above & Beyond.
De lunes a viernes, a la misma hora, en el
mismo parque, veía desde el mismo bus a la chica de siempre. La curiosidad de
saber quién era ella nació y creció a lo largo del tiempo. Debo confesar que
hasta me empezó a gustar. Nunca había visto en mi miserable vida a una persona
que siempre esté feliz. “¿Será humana?”, dije sonriendo estúpidamente. Mientras
tanto, una vieja que tenía a un chibolo malcriado entre sus piernas me miró
como diciendo: “Pobre loco” o “cojudo de mierda que habla solo”. No me importó.
Si las cosas me iban mal antes, ahora ya
estaba sumergido en la mierda. Me habían votado de las prácticas pre
profesionales que hacía, aduciendo que era un incompetente y que si se
demoraron tanto en decirme eso, fue que le tenían un gran aprecio a mi padre.
Eso me bajó un poco pero lo que si fue un baldazo de agua fría en pleno
invierno del día más frío fue que vi a mi flaca besándose con otra, en plena
universidad. Al día siguiente le increpé aquella imagen imborrable y me confesó
que era leca, que se metió conmigo para utilizarme de pantalla, que nunca me
amó y que la disculpe.
Pasaba con el mismo bus, a la misma hora y no
veía a la chica de siempre. Al quinto día al fin la volví a ver. Me levanté del
asiento, me dirigí atrás y toqué el timbre. Bajé y me acerqué caminando hacia
ella. “Oye, chica misteriosa, ¿puedes detenerte un momento?”, le dije. Ella no
me hizo caso. Dejé de caminar y corrí detrás de ella. Estaba a punto de
alcanzarla pero, amigos, no creerán, suena un toque idiota pero desapareció. Se
metió como a una especie de portal desconocido. Sin pensarlo también me metí en
el mismo agujero y fui transportado al puente Javier Prado, no sé cómo
explicarlo pero se me acabó el camino y caí, caí en cámara lenta. Amigos, fue
anecdótico porque no morí por paro cardiaco, era obvio, no caí de un edificio
de muchos pisos, la distancia fue corta. Caí como un saco de papas y me estampé
en la pista. Morí desangrado. Menos mal que el chofer del auto que se
aproximaba, se detuvo y no me arrolló. Ocasioné un tráfico del carajo.
Al fin pude comprender que aquella chica
misteriosa que veía trotando era nada más y nada menos que Miss Murder. Siempre
estuvo ahí, llamándome sin querer, induciéndome a acabar con mis problemas.