sábado, 3 de enero de 2015

American Trip

6


Al día siguiente de primer día de trabajo, la pasé en casa, chilleando en internet. El segundo día de trabajo fue diferente: tenía que entrar a trabajar a las 8 am. Ese día, y como el resto de los días que me tocaba trabajar en la mañana, me levanté a las 6:50. Medio zombie me cambié y vestí con el uniforme de trabajo: aquel pantalón ancho de color crema, un polo plomo que tenía el logo del resort y mis zapatillas negras de Perú; la gorra la guardé en el bolsillo de mi jacket. Bajé al baño, me lavé la cara y me afeité. Acto seguido guardé mi máquina de afeitar en el cajón de mi cuarto. ¿Qué chucha iba a dejar esa huevada en el baño?, luego alguien lo usaba y me pegaba alguna enfermedad de transmisión sexual y me iba al carajo. Ya aseado, me fui a la cocina a servirme mi desayuno. Siempre desayunaba un par de panes blancos con jamonada y queso amarillo y tomaba leche. Después de desayunar hacía hora en el mueble hasta las 7:40, hora en que pasaba el shuttle a la esquina de mi barrio. Había gente impaciente que esperaba el shuttle en el paradero; yo, en cambio, esperaba en mi casa para recién salir. Cuando era hora estaba atento en el mueble mirando la ventana. 

Desde ese día empecé a trabajar dentro del hotel. Aprendí que antes de comenzar a laborar, tenía que ir a la cocina principal a reunirme con el manager y los demás dishwashers. El manager se llamaba Andy, era un viejo pelado, blancón, de ojos verdes y de estatura mediana. Siempre hacía preguntas de cuál es el tiempo que se debe poner en el agua caliente las ollas o qué valores debe tener el dishwasher ideal. Aunque antes consideraba que era pérdida de tiempo, debo confesar que esas palabras que decía, lejos de ser clichés, lograban identificarte con la empresa y con tus funciones, además de motivarte. Nunca podré olvidar aquella frase que marcó mi vida: “nothing is imposible” y eso lo aprendí más tarde cuando tenía que trabajar solo o lavar las cosas de tres restaurantes o quedarme a doblar turno y hacer dieciséis horas de trabajo. 

Y sí, ese día me tocó trabajar solo y en el área que más odié: Pots. En ese lugar no había máquina ya que no se lavaba platos ni vasos ni tasas; solo tenías que lavar ollas, recipientes, bandejas y demás huevadas de tamaño colosal. A la hora y media, mis manos se quedaron hechas mierdas, a pesar de que usaba guantes. Las yemas de mis dedos se pusieron como gelatina. Maldije ese día. Me prometí que si me volvían a ubicar en esa área agarraba mis cosas y me iba a New York con mi tía, ¡al carajo todo! Gracias a Dios eso no sucedió. 

El tercer día fue más relajado: me tocó trabajar en Autumn y con Frankie. Luego de trabajar llegué a mi casa, me bañé y mi cambié para el cumpleaños de mi roomate Lalo. Esa fiesta fue demencial. Hubo tragos en exceso: abrías la puerta del fridge y veías latas de cerveza en cantidades respetables, en las mesas no faltaban las botellas de vodka y ron Bacardi, ícono del trago boricua. Vinieron todos: los argentinos, chilenos, peruanos, puertorriqueños, hasta tres norteamericanos y un mexicano. Fue de puta madre. Jugamos Flip cup. Para los que no saben, para jugar tienes que ubicarse en una mesa, dividir la gente en dos grupos de siete jugadores, preferentemente, servir cerveza en vasos descartables, ubicar los vasos llenos cerca a cada jugador y en poner en el filo de la mesa. Cada jugador tiene que esperar su turno, una vez que le toca tiene que tomar el vaso de cerveza, una vez que este vacío, debe ubicarlo en el filo y voltearlo con la palma de la mano. Ganamos dos juegos de tres rondas. 

Fue un descontrol total: rompieron el baño, la puerta del cuarto de mis roomates y vomitaron. No me acuerdo muy bien, pero creo que yo también buitré en la cocina, luego de zamparme shots de Bacardi, luego de haber jugado el flip cup. Lo malo de ese inolvidable party, fue que tuve un problema con el cumpleañero. Ese huevón a pesar de que cumplió 24 se puso pedo y empezó a romperme las bolas. Pero bueno, nada es felicidad completa, ¿no? 

Al día siguiente, Lalo me despertó. Me dijo que me llamaba mi viejo por teléfono. Seguía ebrio, me daba vueltas la cabeza y no coordinaba las palabras. A diferencia de la navidad, ya me encontraba más tranquilo ya que ya trabajaba y estaba empezando a acostumbrarme a vivir solo, lejos de casa. De todas maneras, la conversación que tuve con mis padres fue algo feeling. Al despedirme mandé saludos a los demás y les dije que cuidaran a mi fiel y mejor amigo perruno llamado Black.