lunes, 31 de enero de 2011

CEPREVI

      Después de postular a la San Marcos y no ingresar, no sabía cual iba a ser mi porvenir, tomé una decisión, sin pensar: meterme a la CEPREVI (Pre Villarreal). La verdad que nunca estuve entusiasmado con esa universidad, lo hacía para ahorrarle la incomodidad a mi viejo de pagarme mensualmente una universidad particular.
      El primer día, fue como casi todos los días, aburridísimo, la gente no conversaba, se dedicaban a repasar sus putos libros y yo que no soy nada estudioso, me aburría con facilidad. Habré hecho algunos “amigos” por ahí, bueno, gente con quien pasar el rato, cabe resaltar que a cualquiera no se le llama amigo, esa palabra está tergiversada en estos tiempos.
      Lo más anecdótico en esos tiempos fueron los profes, merecen ser narrados en este post:
      El profe de Historia era un viejo de casi medio siglo de existencia, un tipo muy locuaz, muy divertido; valía la pena escuchar sus clases, además que sabía un culo, hacía las clases muy amenas, muy aputamadradas. Fácil estaba medio quemado, siempre se metía en los personajes de la Historia e imitaba las voces de Robespierre, Napoleón, Hitler y esas celebridades; como se dice: “la vivía”. Criticaba al catolicismo y al gobierno.
      La profe de Literatura era un gordita, hacía una maestría en la PUCP; literata por profesión y mercadóloga frustrada, antes de meterse a Literatura, estudiaba Marketing en la USIL y al ver la extrema dificultad de Estadística, supo que esa carrera no era la suya.
      El profe de Lenguaje era un chato, cabeza de libro. Me lucía en sus clases, claro, todo gracias al curso de Uso de Lenguaje que hice en la Pre San Marcos. Al término de la clase contaba un fragmento del Amor en los Tiempos del Cólera, uno de mis obras favoritas, ya la había leído un par de veces en el colegio y lógico, la sabía de principio a fin. Todos en el aula ponían la mayor atención posible en los relatos. Era increíble saber que de todo el aula la gran mayoría, para no decir casi todos, no había leído tal majestuosidad de obra, con razón que el Perú esta como está, penúltimos en lectura, carajo.



PD. Decidí retirarme de aquella institución, en las tres últimas semanas. Necesitaba crecer y tal vez hacer un esfuerzo en lo económico, postulé a la Richi, ingresé tercer puesto en Administración. Escribí todo de nuevo, hablando con metáforas; una nueva vida con nuevas responsabilidades, nuevo entorno socio-económico, nuevas preocupaciones, nuevas metas, nuevos retos, nuevo todo. Ahora que estoy a puertas de mi cuarto ciclo, no me arrepiento de aquella decisión, quizá fue una de las más acertadas que hice en mi vida.

lunes, 24 de enero de 2011

Desfile distrital SJL - 2007

      Abro los ojos, el ambiente estaba completamente oscuro; prendo la luz y observo el reloj: eran las cinco de la mañana. "Con razón", me dije entre sí. Me voy al baño y me lavo; regreso a mi cuarto y me cambio: camisa blanca, pantalón del uniforme de gala, zapatos de charol bien lustrados, chompa de colegio, luego prosigo con la corbata negra, las caponas y el correaje blanco. Esperé media hora, los rayos del sol, tímidos, alumbraban apenas la calle.
      Tomo un bus. El camino estaba cerrado. Me bajo y bien hardcore voy caminando hacia el colegio. Después de cerca de cuarenta minutos llego. La compañía estaba reunida.
      –Rodríguez –gritó el instructor– A qué hora dijimos.
      –Tuve un percance –disculpandome.
      –Sube y coge un gallardete.
      El instructor dio un discurso, un floro monce, palabras que incentivaban a dejar todo en aquel desfile.
      Fuimos en la movilidad del colegio todos los que íbamos a marchar: la pre-escolta como compañía, el estado mayor y la escolta oficial.
      El lugar estaba colmado de gente, innumerables asientos rodeaban la pista de desfile. A su vez, la pista estaba repleta de colegiales, representaban a sus respectivos colegios.
      Era un acontecimiento, no era cualquier desfile. Se trataba nada menos que el distrital, o sea, el ganador lograba un cupo para desfilar en el Campo de Marte. El "Santo Domingo de Guzmán" –mi colegio– iba como invitado especial, no competía ya que tenía un cupo asegurado para el Campo de Marte.
      Sentía emoción y miedo a la vez, coraje y nerviosismo, alegría e incomodidad. Sentir todo eso junto hacía la ocasión muy especial.
      La gente nos aclamó, nos aplaudió; algunos envidiosos pifiaron.
      Terminando nuestra pasada –el desfile aun seguía– fuimos al colegio a desayunar una gaseosa y una empanada de carne.

miércoles, 12 de enero de 2011

Se ha muerto mi abuelo

      Hacía mucho tiempo que no veíamos al loco; justo en el último año escolar se le ocurrió cambiarse de colegio. Salimos de clases y fuimos a buscarlo. Eramos muchos, si la memoria no me falla, eramos como cinco puntas, todos estúpidamente uniformados. Después de gastar las suelas de nuestros zapatos de tanto andar, llegamos. El lugar estaba resguardado por un intento de seguridad: un tipo de baja estatura, rasgos étnicos y sin ningún porte. Para no cometer error alguno, decidimos hacer un plan estratégico. Tataje era el más osado y aguerrido del grupo, así que él fue el encargado de ejecutar dicho plan. 
      Mientras tanto, el intento de seguridad nos vigilaba desde su guarida, sin vacilar; quizá pensaba que eramos malandros en busca de alguna "gresca interescolar".
      –Ustedes quédense aquí –dijo Tataje.
      A raudos pasos, con la cabeza en alta y muy seguro de sí mismo, cruzó la pista y se dirigió a la puerta.
      –Buenas Tardes –comenzó– Necesito entrar para hablar con mi primo que estudia aquí.
      –¿Tu primo? –respondió incrédulo el tombo.
      Al verlo con un semblante de pena absoluta se compadece y lo deja pasar.
      –Quédate aquí –retomó el tombo– ahora vendrá la auxiliar.
      Tataje, sentado, esperaba que todo acabara. Los segundos de espera fueron breves pero a la vez eternos. Al poco rato se acerca una señora de base cuatro, vestida ridículamente, llevaba puesto unos lentes espantosos.
      –Así que buscas a tu primo, ¿no? –atinó a decir la auxiliar con una mirada examinadora– ¿Como se llama?
      –Victor Arrieta –respondió rápidamente– es urgente, mi abuelo está muriéndose. 
      Al escuchar esto, la señora se quedó boquiabierta, parecía que fuese un túnel sin salida.
      Pasó uno, dos, tres... diez minutos y bajó el loco. No sabía que iríamos a sacarlo. Lo vio a Tataje sentado y sonrió.
      Muy astuta, la auxiliar llamó a la mamá del loco y al enterarse de que fue vilmente engañada gritó: "¡Ustedes no van a ninguna parte... Arrieta sube a tu salón y tú jovencito!". Se acerco y le pidió que saque sus cuadernos, al ver la etiqueta, donde figuraban sus datos, y sus apellidos no coincidían afirmando que no eran primos, le dijo:
      –Ah, pendejito te crees –tirando su cuaderno– ¿De qué colegio eres?
      –Del Bertolt Brecht –respondió Tataje... fue lo más cómico porque estaba vestido con el uniforme del Santo Domingo.
      –Llamaremos a tu colegio.
      –No, no, sólo queríamos hablar con nuestro amigo, hace tiempo que no lo vemos.
      –No sabes que estás en graves problemas.
      –Ya fue pues...
      El tombo lo agarró como un estropajo y lo sacó con un tremendo patadón, a los pocos segundos lanzó su mochila.
      Al ver esa escena nos matamos de risa. Tataje sólo atinó a decir: "huevones de mierda, casi se la creen... vámonos antes que haya problemas". Y nos fuimos, cabisbajos, sin lograr nuestro objetivo, pero con una anécdota que será difícil de olvidar.