domingo, 28 de marzo de 2010

Capítulo VIII- Añoranza al pasado

Lo llevaron al penal San Jorge, en donde estuvo situado en el pabellón de reos primarios. Un policía de estatura mediana y con una prominente barriga lo llevó a su celda. En medio de los escombros, se encontraba un joven que estaba leyendo la Biblia. Era un muchacho alto, con apariencia desvalida, ojeroso pero limpio, cansado de tener esperanzas.
Renato entró a la celda con cierta desconfianza, el sujeto le extendió la mano en señal de amistad.
      -Me llamo Karl
      -Hola, yo soy Renato.
      Hubo una pequeña pausa en la conversación. Ninguno de los dos sabía qué más decir.
      -¿Y por qué estas aquí?-retomó Renato.
      -Hace cinco años vine desde Irlanda a realizar un trabajo el cual nunca finalicé –bajó la cabeza-. Fue una estupidez, la peor que he cometido en mi vida. No sé en que pensaba en ese momento. Estaba desesperado en conseguir dinero y caí en un gran abismo del cual no pude escapar. Fui burrier en muchas oportunidades. La primera vez, pensé que seria la única, pero la verdad no fue así. Ellos (los proveedores), una vez que saben que has hecho bien tu trabajo, te fichan y no te pierden el rastro. Yo me negué a seguir, pero ellos tenían a mi familia bajo su poder, me amenazaban con matarlos si no seguía con el juego. No tuve otra opción.
       -Cuanto lo siento.
       -Estamos en las mismas.
       -Sí, no hay nada que hacer.
       Todo lo que viviría en la cárcel seria nuevo para él.
       Pasaron unas horas y el mismo policía abrió las rejas.
       -Es la hora de la comida –dijo Karl.
      Se ordenaron en una gran e interminable cola para recibir un plato frió de comida. Para Renato era repugnante lo que tenia que comer, vomitó del asco. Los demás lo miraban con asombro y se burlaban de él. “Ese chibolo es un típico hijito de mamá, no va durar mucho”, decían.
      Llegó la hora del baño. Todos se bañaban en el mismo lugar. Renato avergonzado no dejaba de mirar a todos lados.
      -¡Hey!, se me cayó el jabón –dijo un moreno grandulón.
      -¿Y? –respondió de mala manera Renato.
      -Recógelo.
      -Recógelo tú, seré tu hincha acaso.
      El tipo soltó una carcajada y llamó a los demás reos. Dos lo sujetaron del brazo y lo obligaron a agacharse. Al ver que éste se resistía, lo golpearon salvajemente, hasta que no pudo más y lo violaron. Era muy común esos tipos de bienvenidas en las cárceles.
       Después de una borrachera brutal, Yardel llega a su casa a altas horas de la noche. En su pantalón se podía ver los indicios. Su ropa olía a destrucción: estaba perfumado con marihuana, el olor se le había impregnado en casi todo el cuerpo.
      Thalia, su madre, lo esperaba en el mueble de la sala. Cuando lo vio entrar, se enfureció y lo mandó a bañarse para que se le quitara la ebriedad.
     Luego de algunos minutos, Yardel sale del baño con la toalla empapada, entra a su dormitorio y se cambia.
      –Necesito hablar contigo.- dijo la madre que estaba detrás de la puerta esperando el momento propicio para dialogar.
      Yardel ya estaba cambiado.
      –Pasa –respondió sin más preámbulo.
      Thalia jala la silla de la mesa y se sienta, Yardel estaba parado.
      –Ha pasado mucho tiempo desde que nos mudamos de Barrios Altos –prosiguió Thalia.
     –Sí, como olvidarme. Ya son ocho años desde que nos mudamos, ahora vivimos en una zona ficha.- sonrió.
     –¿Y te sientes feliz aquí?
     –Obvio, si lo tengo todo. Mi vida es un sueño, mejor imposible.
     –Pero, ¿nunca te has sentido solo?
     –¿Solo?, ¿por qué lo dices?
     –Porque siempre he estado trabajando y me dediqué muy poco a ti –bajó la cabeza–. Además, nunca has tenido una figura paterna.
     –Eso a mí no me interesa, hemos salido adelante juntos –cerró los puños con mucha fuerza–. No quiero acordarme de ese canalla.
     –Cuando me separé de tu padre, no sabía qué hacer. Pensé en irme al abandono, pero tenia que ver por ti. Lo recuerdo como si fuera ayer, tu padre entró a la casa drogado y empezó a golpearte sin motivos, tenías tan sólo diez años. Al darme cuenta no pensé y reaccioné instintivamente como una madre que siente peligro. Me lancé sobre él y lo agarré de los cabellos, volteó y con un fuerte manotazo me tiró al suelo, estaba sangrando. Felizmente que se le pasó y se fue al dormitorio. En su comida le puse diasepán, gracias a eso entró a un sueño profundo. Busqué una maleta y guardé toda la ropa necesaria, salimos con veinte soles en el bolsillo y fuimos a la casa de tu abuela. Ella gustosa aceptó alojarnos, nos instalamos y decidí no volver a esa casa. Nunca es tarde, me preparé e ingresé a una universidad estatal, gracias eso no pagué ninguna mensualidad. Me gradué en ciencias de la comunicación y ahora tengo éxito en un famosísimo noticiero. Salimos de la casa de mi madre y nos mudamos a San Borja. Lo demás ya lo sabes.
      Yardel se quedó con los ojos abiertos, lo había olvidado. Como gotas de lluvia, desmesuradamente caían lágrimas por su mejilla.
      Se abrazaron de una manera tan conmovedora, que esa imagen nunca se borrará del recuerdo de ambos.
       –Gracias por ser mi heroína.
       El sueño y el cansancio fueron más que Yardel y quedó dormido aparentemente.
       –Siempre lo serás todo –la escuchó decir cuando salía del cuarto.

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