domingo, 7 de diciembre de 2014

American Trip

5


El 27 de diciembre empecé a trabajar, por fin. La tristeza y desesperación que sentía mutó en un júbilo indescriptible. En el Shuttle, que era un bus que nos llevaba al trabajo y nos traía a casa, conocí a Gaby, era un moreno de estatura baja, el único puertorriqueño que le gustaba el metal. Me pareció buena onda, a fuego como dicen ellos. Me indicó donde me tocaba trabajar. 

“Aquí es Ski Londge”, me dijo. Me despedí de él con un apretón de manos y bajé del shuttle. Ingresé al establecimiento y observé a puros niños de entre ocho a quince años, estaban jugando al bowling o a los juegos de mesa tipo pinball. “¿Ahora dónde carajos voy?”, pensé. Me acerqué a una gringa que parecía trabajar ahí.

–Hi, I’m the new dishwasher. It's my first day at work. Could you tell me how can I go to the kitchen?

La chica me respondió amablemente y le dijo a un tío que me lleve hacia la cocina. Antes de eso le dije para ponchar mi dedo en la máquina que controla la asistencia. Dicha máquina estaba ubicado en un pequeño cuarto donde también había mucha ropa de ski y snowboarding. Coloqué mi dedo pero no lo reconoció. El tío me dijo que no importaba, que ya habrá otra oportunidad de grabar mi huella digital. Subimos en ascensor hacia la cocina. Cuando entré, me sorprendí, nunca había visto una cocina tan grande. Habían muchos chefs, meseras y dos dishwashers.

–Hey you! I’m Christian, the new dishwasher.
–Oye no tienes que hablar en inglés con nosotros –dijo el más tío– somos puertorriqueños.
–¡Ah! –dije– mejor.
–¿De dónde eres? –dijo el gordo– ¿De Chile?
–No – respondí– Soy de Perú, Lima. 
–Bueno, ya que viniste –dijo el tío– me voy, ya es hora.

Yo era el relevo de ese tío. Me quedé con el gordo, su nombre era Mauricio. Debo confesar que ese día Mauricio fue el único que lavo todos los platos, vasos, tazas, ollas y demás huevadas; mientras yo estaba parado sin saber qué hacer, luego lo ayudé en ubicar las cosas en su lugar. Ese día solo trabajé seis horas, pero debo confesar que terminé hecho mierda. No estaba acostumbrado a trabajar. Lo mejor de ese día fue que uno de los chef nos invitó pizza, hamburguesa y un vaso enorme de coca cola, fue algo traído del cielo, ya que estaba con un hambre de la concha su madre. 

También intercambiamos algunas palabras. Y típico de los puertorriqueños no hablamos de fútbol, ni religión, ni temas de actualidad, si no solo de mujeres. 

–¿Y has ido a los parties? –me dijo el gordo mientras ponía un par de platos en la máquina.
–Sí –respondí– a algunos. Mucha destrucción.
–Si me pareció verte en el grupo de los peruanos, en especial, con la gente del mago. 
–Ah, sí.
–Oye y que jeba te gusta más, hay unas que están…
–Hay flacas simpáticas. Pero han venido unas chilenas, que, asu, están buenazas. 
–Ah, sí, una de ellas es argentina.
–¿Lana?
–Sí, la rubiecita, bien linda ella. Todos le han puesto el ojo.
–Sí, es la más rica del barrio. 

Llegó las doce de la noche y salimos de la cocina. Acompañé a Mauricio a botar la basura y nos fuimos en shuttle hacía el barrio. Cuando llegué a casa, Alberto y Frank me estaban esperando, me preguntaron qué tal había sido mi primer día de trabajo y si había traído algo de comer, a lo que les dije que no, que había comido allá. Al saber esto, continuaron con lo que estaban haciendo: ver TV o chatear en Facebook.

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