domingo, 19 de diciembre de 2010

Y si hubiera pasado...

Era una estrellada noche de invierno. Tenía ocho años, me encontraba fuera de mi casa, jugando con la pelota, seguro haciendo dominaditas; solía jugar con mi primo y los chibolos del barrio, de los cuales ya no me hablo actualmente, a excepción de mi primo Lucho. El ambiente era tranquilo y se respiraba una normalidad característica de las noches frías y solitarias, cuando de pronto, se estaciona un auto blanco, de lunas polarizadas, dentro del auto estaban tres patas, los pude percibir por escuchar tres voces diferentes. Una puerta delantera se abre a medias y un tipo de unos veintitantos años me ve fijamente. “Tenemos gatitos y los estamos regalando, no sé si querrás alguno”, dijo. Con la inocencia de mis ocho años no percibí ninguna malicia y me puse a pensar rápidamente sin decir nada. “Mamana (así le digo a mi abuela) tiene varios gatos, así que mejor no”, pensé. Al verme dubitativo atacaron, “Son bonitos los gatos, si quieres verlos, anda a la puerta trasera”, dijeron. “Gracias pero ya tengo gatos”, les respondí. Al ver tremenda negación, cerraron la luna delantera y se fueron rápidamente.
      A los minutos mi Tío Fernando, que había venido de Cañete a visitar, sale de la casa de mi abuela, que queda al costado de mi casa y me pregunta lo sucedido. Le explico y luego de hacerlo, pude ver en su expresión, un asombro, una incomodidad y una leve molestia. “Como pueden dejar solo a un niño en la noche”, dijo.

PD. Años más tarde, me dí cuenta que si hubiera entrado a aquel auto blanco, algo malo me pudo pasar, tal vez, no estaría escribiendo esta historia y definitivamente no sería el mismo, si es que estuviera con vida.

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