sábado, 6 de febrero de 2016

American Trip

8


Al abrirse la puerta del ascensor me perdí en los ojos color café de Audrey, la chilena más rica de work and Travel. Nos saludamos. A pesar que estaba con mi carrito de desperdicios: platos, vasos, tasas, cucharas, tenedores y demás huevadas sucias, la acompañé.

-¿Irás al party de Jowel?
-¿Es uno de los puertorriqueños no?, ¿Dónde vive?
-En el 317.
-Ah, manya, fácil baje.
-Tienes que ir, va a ser el carrete. Toda la gente estará curada wn.
-¡Asu!, ya pues, ahí estaré –dije mientras ingresaba a la cocina- nos vemos.

Audrey al igual que la mayoría de gente, era housekeeper pero inside, o sea trabajaba dentro del hotel, limpiando cuartos. Siguió su camino a seguir chambeando.

Rápidamente me recordé la fiesta de Lalo, en una de las rondas de Beer Pong me hice el habla con Audrey, ella al comienzo no quería jugar, pero luego de tanta insistencia jugó, no me acuerdo si jugó conmigo o contra mi equipo, pero qué chucha, eso es lo de menos. Lo interesante fue que en medio de la borrachera hubo una química tremenda entre nosotros, que si hubiera sido persistente, otra hubiera sido la cosa, pero bueno cultos lectores, no es suficiente lamentar.

Llegó la noche y el que menos fue al dichoso party, yo me quedé en casa viendo alguna película en cult moviez, luego de bañarme y haber comido algo ligero. Todo era tranquilidad en mi casa después que el gordo y Lalo se mudaron de casa, ahora solo vivía con el buen Francisco. De los tres peruanos era el que menos me caía, pero al poco tiempo me empecé a llevar de puta madre con él.

Debo reconocer que no soy mucho de ir a fiestas, pero si hay trago y peor si es gratis, todo es bienvenido. Eso sí, una vez que se me pica el diente no paro hasta quedarme mamado. Por eso no fui a ese tono, porque al día siguiente tenía que trabajar temprano y además quería evitar problemas con Lalo y un par de puertorriqueños.

Al día siguiente la encontré a Audrey de nuevo. Me miró y sin saludarme paso de frente. En esos ojos rojos llenos de venas por la tremenda borrachera que se metió y la madrugada, sentí odio y rencor. Ella quiso verme ahí, quiso conversar conmigo, bailar conmigo y muchos verbos más que se conjugan con “conmigo”, pero no, no fui, por huevón. Tenía veintiún años pero seguía siendo un idiota en esos temas, creo que lo sigo siendo, en fin.

Luego de unas semanas, escuché que alguien tocaba la puerta de mi casa con suma urgencia, como vendedor que quiere que le pagues lo que de debes. Lo miré a Francisco.

-¿Quién chucha es ah?
-No sé huevón, fácil es un homeless.

Nos reímos. Sabíamos que esa idea era casi imposible. ¿Quién mierda va a vagabundear en medio de la nada? Eso solo se ve en películas. Francisco sacó la cabeza por la ventana.

-Te buscan
-Hablas huevadas, ¿Quiénes? La puta madre.

Bajé. Abrí la puta puerta y los vi a ellos: eran Carlos y Cristian, los puertorriqueños y compañeros de trabajo más hijos de puta que puedan existir. Me empezaron a reventar las bolas, me preguntaban una y otra vez por qué no quería ir, fue tanta la insistencia que cogí mi casaca impermeable y los acompañé al party que había esa noche.

Al entrar olí a destrucción, los límites no existían en ese lugar. La música de regueaton estaba a todo volumen, mientras algunos se animaban a bailar y a rozar sus cuerpos al ritmo de la música. Uno de ellos me dio una lata de Bud Light, como diría el agente Cooper de Twin Peaks: “el rey de la cerveza”. Mientras saboreaba la chela observé en medio de la oscuridad a Audrey. La vi acompañada, no sé si podría decir: “muy bien acompañada”, pero bueno, estaba con un puertorriqueño, nunca lo había visto, no era dishwasher ni cagando porque los conocía a todos, creo que tampoco era housekeeper porque nunca lo vi en el hotel, de seguro era Laundry. El conchasumadre ese no era nada pintón, no sé qué floro le metió pero ya se había robado su atención. Hice como si no hubiese visto nada y me dirigí a la cocina, me encontré con Claudia, otra chilena, “hola, hola”, me dijo como siempre saludaba. Conversamos un rato mientras sacaba otra lata del refrigerador. Descubrí que ella ya estaba con un gringo y también que no era la única, Romi, la argentina que parecía Barbie, también estaba con un puertorriqueño, al igual que su incondicional. “La puta madre”, pensé, “uno deja de ir a tonos por un corto tiempo y todo cambia”. Los puertorriqueños ya habían atacado y escogido lo mejor de Sucsex Drive, ahora con más ganas, ya no daba ganas de asistir a esos tonos, desde ese momento nada tenía sentido.