miércoles, 13 de agosto de 2014

American Trip

2


      La sociable chica se alejó y se sentó donde le correspondía, mientras yo seguía avanzando. Mi asiento era uno de los últimos, quedaba ubicado al medio del avión, en la parte trasera. Nadie reservó asientos a los costados de mí. Ya eran más de las dos de la madrugada y no sentía hambre ni sueño, solo miedo, miedo a lo desconocido, miedo a no saber qué hacer en los próximos días. Debo confesar que me llené de una cantidad increíble de mala vibra y no disfruté el viaje de ida. 
      Era la primera vez que viajaba, así que fue una experiencia que quizá jamás olvide. Mientras el avión se deslizaba por la pista, las flight attendant entregaron audífonos a los pasajeros. Las flight attendant de mi vuelo de ida fueron unas señoras que bordeaban la base cuatro, eran dos rubias y una morena, todas norte americanas. Ya desde el avión podías respirar un poco de Estados Unidos: naturalmente ellas no hablaban ni una palabra en español, todo era inglés. 
      El avión empezó a moverse con más velocidad y a los minutos despegó. La subida fue una cosa de aquellas. Una vez que el avión alcanzó una altura considerable pareció que se detuvo y es que cuando estás arriba, pareciese que estuvieses sentado en cualquier lugar, normal, con tus pies pegados al piso. “¿Para qué chucha es esto?”, dije, sacando los audífonos de la bolsa. Miré a los demás. La mayoría tenían la vista fija a la televisión, como si hubieran sido hipnotizados. Lo extraño era que no había sonido. Me fijé bien y tenían los audífonos puestos. Revisé mi asiento y en una parte había un hueco, coloqué el audífono y me lo puse. Al fin pude escuchar los diálogos de aquella película hollywoodense. Pasó el tiempo y junto a los minutos, el frío aumentaba. Saqué la colcha de su bolsa, esa que te obsequian en el avión, y me tapé. No pude dormir bien: el motor del avión hacía un ruido infernal. De vez en cuando cerraba los ojos y los abría. Se podría decir que mi sueño duraba entre 40 a 50 minutos y luego me levantaba y así fue toda la puta noche. La comida y la bebida que entregaban las flight attendant me supieron a mierda. Esa noche mi estómago se cerró. 
      Plan de 6:30 el avión aterrizó en el aeropuerto internacional Dallas Fort Worth. Salí del avión y miré a las demás personas: nunca me había sentido tan perdido. Seguí a un grupo, hasta que me topé con el baño. Entré e hice un tributo a Nicolas Cage. Nunca encontré el tacho o recipiente para botar el papel higiénico, así que lo tiré en el inodoro. Tiempo después me enteraría que en Estados Unidos, a diferencia del Perú, no acostumbran a tener un tacho en el baño, ya que eso almacena y desprende mal olor. Por eso botan el papel higiénico al inodoro, de frente. Luego de lavarme las manos, agarré mi maleta de mano y salí del baño para buscar la de bodega. En el camino me encontré con el mismo grupo del avión y los seguí.
      Me ubiqué en una interminable cola, parecía que eran esas colas de fin de mes del Banco de la Nación. Había gente de todo el mundo: asiáticos, norteamericanos y árabes. Una señorita vestida de azul empezó a llamar a algunos muchachos peruanos y yo me desconcerté, sin saber qué hacer, salí de la cola y le pregunté si yo estaba entre esos nombres, a lo que me dijo que no. Regresé donde estaba. La cola me llevó hacía los oficiales de Dallas, el cual uno de ellos me pidió mi pasaporte y me hizo algunas preguntas. 
      -¿Para qué vienes a los Estados Unidos? –me dijo en inglés, mirando mi pasaporte.
      -Para trabajar –le dije, fue lo primero que se me vino a la mente. 
      -Trabajar… ¿y? –me preguntó.
    -Y viajar, conocer los Estados Unidos –respondí, dándome cuenta que me preguntaban sobre la situación de mi visa J1: work and travel (trabajar y viajar). 
      El gringo estampó en mi pasaporte su aprobación de ingreso al país. Me lo entregó y seguí mi camino.