domingo, 8 de julio de 2012

Kimberly y lo más oscuro

La iglesia estaba en su esplendor, era el día, cientos de devotos del Señor de los Milagros a mi alrededor. El ambiente se mantenía cargado de olores divinos. Los santos, parecían mirarme, petrificados. Escuchaba el sermón del padre, prestaba la atención debida, no, mentiría, todo era perfecto hasta que mi mirada se fijó en la hermosa cabellera lacia y de color castaña de una misteriosa chica que estaba delante de mí. Disimulado, mi mirada cayó y recorrió el majestuoso cuerpo de aquella mujer. Vestía como para una fiesta, su ropa era ceñida al cuerpo, se podía apreciar su colosal trasero. Estoy seguro que no era el único que se distrajo por aquella sirena. A los minutos, volteó, cruzamos miradas. Sus ojos eran de un celeste profundo como el mar de Cuba. Me di cuenta que no había venido sola al verla conversar, luego, con un muchacho vestido elegantemente con un saco y pantalón negro. Señoras, señores, niños empujaban para poder entrar unos centímetros más. Poco tiempo faltaba ya para que se acabe la misa, cuando la misteriosa pareja se aleja. Lectores míos, lo que siguió en la misa carece de importancia.

Había llegado tarde a mis clases de Microeconomía II, no tenía otra opción que ir a la biblioteca y leer “Lolita”. Al decir: “no tenía otra opción”, es porque mis amigos estaban en clases y no tenía con quien vagar. Leer una obra tan increíble como esa no es ningún martirio, al contrario, es una delicia. Siento que alguien se sienta al costado mío, no le doy importancia, sigo leyendo. “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía”, se escuchó decir. El viento resoplaba en mis oídos con cada palabra de aquella voz femenina. Fijo mi mirada lentamente, el corazón se me salía del pecho, no lo podía creer, ¿acaso tan jodidamente pequeño es el mundo o era una de esas coincidencias del destino? Bajo la mirada y la subo, de nuevo, mis ojos eran cegados por aquella perfecta sonrisa.

–Notable obra –dijo.
–Sí, notable, es una de mis preferidas –respondí, luego de unos segundos de sobreponerme del impacto.
–Soy Kimberly –se presentó- me pareces conocido, ya sé, estuviste el domingo pasado en la iglesia “Santo Domingo”.

No sabía que decir. Me hice el desentendido.

–Sí –contesté desconcertado– ¿También fuiste a la iglesia?
–Claro.

Era obvio, alguien así no se puede olvidar. Seguimos conversando, pero esta vez, acerca de nosotros, de nuestros gustos literarios, musicales, y tantas cosas… Me dijo que estudiaba Arquitectura y que la acompañe al salón portátil que ubicado frente a su facultad, cabe mencionar que mi facultad está contigua a la suya así que el camino no era, para nada, largo. El día se iba y consigo se llevaba el cálido sol. El viento hacía de las suyas. Luces ficticias alumbraban.

Entramos al salón. Ella saca un papel y una bolsa de Doritos, dentro había tabaco en exceso. En un dos por tres lo armó, prendió un porrito. Me lo entrega. La miro extrañado. Fumar tabaco es otra cosa, es una manera sana de fumar algo mejor que las basuras de cigarrillos comerciales y no fumar marihuana. Acepto. De pronto, delante de nosotros una pareja de enamorados se funde en un pasional beso.

–¿Tienes enamorada?
–No –dije encogiéndome de hombros– ¿para qué?
–Tienes razón, el amor no existe, bueno, sí, pero es algo difícil de explicar –clavó sus ojos en los míos– ¿Cuál es tu chica ideal?
–Que sea más o menos alta, claro, pero no más alta que yo, delgada, buen cuerpo, cara de princesa. Eso es en lo físico. Sería interesante una chica que reúna al menos unos cuantos de esos requisitos y que estudie letras, que le encante leer y escribir, que le guste salir a divertirse, ir a fiestas, conciertos, tal vez que no comporta mis gustos musicales, no importa. Que sea bonita pero a la vez inteligente, o sea no nerd, sino que tenga criterio para expresarse.

–Difícil de encontrar ah.

Reímos.

–No me mientas, veo que eres demasiado superficial.
–¿Por qué dices eso?
–Lo sé, comenzaste tu descripción con lo físico y terminaste con lo físico. Apuesto que si yo hubiera sido fea, no me hubieras acompañado hasta aquí y no estuviéramos hablando.
–No digas eso, por favor.
–En fin –suspiró– ¿y cuál es tu pecado favorito?
–¿Qué dijiste?
–Ósea, cual es el pecado que cometes más a menudo.
–Quizá sea un poco egoísta, siempre me importo yo y al carajo lo demás, bueno, a excepción de las personas que apreció, pero igual. También soy un poco vanidoso.

La misteriosa chica se sobó la quijada.

–Ya veo, ¿y Crees en Dios?
–Por supuesto, o sea no soy fanático, pero sí, sí creo en él.
–¿Y por qué?
–Porque simplemente yo no sería lo que soy sin su ayuda, ósea no todo lo he conseguido por mí mismo.
–¿Le rezas todos los días?
–No, al decir verdad, le rezo cuando necesito de su ayuda, o estoy muy agradecido.
–¿Y si te diría que yo te puedo dar todo lo que quieres?

Ceñí mis cejas, me quedé callado, presentía algo negativo.

–¿Qué quieres ser, el hombre más rico, el escritor más condecorado, una persona que sea respetada y recordada a través del tiempo?, dime.
–Eso es secundario. Lo que en verdad quisiera es encontrarme conmigo mismo. Tener una razón para vivir, encontrar la felicidad.

Y era verdad, hacía mucho que no le encontraba ese sabor placentero de vivir, había caído en una monotonía jamás imaginada, me sentía solo. Los problemas existenciales no me dejaban tranquilo.

–Veo que pierdo mi tiempo contigo, cuídate, cuando recapacites, menciona mi nombre al revés, recuerda que siempre te tendré un rinconcito en el infierno, cuando quieras.

Sentía un aire gélido, mis extremidades permanecían inmutables. Finalmente, desapareció, tal como había llegado a mi vida.