viernes, 9 de septiembre de 2011

Black

Luego de la muerte de Pitufa decidimos quedarnos sólo con Lucas y no adoptar otro perro más. Hablemos más acerca de Pitufa. Vivió cerca de dieciséis años. Era pequeña, con un estómago prominente, de color amarillo, pelaje crespo y una osada mirada, cuando te miraba parecía que te exterminaba lentamente. ¡Ay!, Pitufa, no sabes cuánto deseo volver a verte, tenerte cerca y escuchar tus ronquidos a la hora de dormir. Continuemos con el relato, el lector se dará cuenta que la vida es corta y a veces te quita lo más preciado que uno tiene, así es, la vida es una perra.

Lucas desde esa vez se resignó a la compañía de la soledad. Deambulaba en las noches por el techo de la casa, mirando el cielo sin estrellas de Lima y, quizá, pensando en donde estará su fiel compañera. La mirada que me daba bastaba para saber que había perdido toda la fe, créanme que yo igual, después de la desaparición de Rambo (perro contemporáneo con Pitufa, fiel y un amigo de verdad) y otros hechos catastróficos era algo que escapaba de mis manos. Nosotros los mortales tenemos que aceptar la muerte como algo natural, algo que, tarde o temprano, pasará.

Los días transcurrían. Una de las tantas mañanas, en las que me iba al paradero para tomar un bus que me lleve hacía la universidad, noté algo: Lucas echado en la esquina del barrio junto a un perro de color del ébano, mirando, curiosamente, un portón de una casona destartalada. Sonreí y seguí con mi camino. Al día siguiente, el perro negro merodeaba mi casa, afuera, en la vereda, tiritando de frio, se notaba que odiaba el invierno. Lloraba exigiendo entrar a la casa, en más de una oportunidad tuve que botarlo para que se callara y nos dejara dormir, el perro era extremadamente insistente. Muchos días pasaron y este extraño visitante se mantenía afuera, cual celoso vigilante se haya visto. Su día de suerte llegó. Escuchamos gritos desesperados. Salí afuera, con mi padre, a ver qué sucedía. Nunca me olvidaré de aquella escena: el perro negro tirado, con las patas arriba, llorando y excremento a su costado (el miedo le había pasado una mala jugada). Un perro le había pegado. En un acto de piedad permitimos que el visitante oscuro entrara a la casa a pasar la cruda noche. Durmió en el segundo piso, mirando la puerta, desde un sitio estratégico, sobre un montón de chompas viejas. El convertirlo en mascota fue un poco complicado; es más, casi lo botan de la casa luego de robarse la comida de mi papá que estaba en la mesa. Pasó el tiempo y aprendió lo que era lo correcto y lo que no. Su primer baño fue algo catastrófico. El perro, que no había sido bañado nunca en su vida, al recibir violentos chorros de agua fría, gritaba desenfrenadamente. Al tercer baño se acostumbró y no volvió a gritar ni hacer berrinches nunca más. En el año nuevo casi se muere de miedo por la terrible bulla ocasionada por los malditos artefactos pirotécnicos.

“¿Cómo se llama?”, es la pregunta que algunas personas hacen al verlo. Tiene un nombre original, Black, así es, como su color. Black, es increíble que en tan poco tiempo te hayas convertido en mi mejor amigo y te hayas ganado el cariño de todos los que te rodean. Black, tus gestos, tus poses, todo me hace recordar a Pitufa. Al verte es como si la mirara. Es como si ella se hubiera reencarnado en ti, vaya, que tonterías estoy diciendo… Black, gracias por entrar a nuestras vidas.