jueves, 17 de febrero de 2011

Humillación

Un señor de baja estatura, escaso cabello y con un estómago prominente entra al salón de clases; saluda a muchos alumnos, al parecer conocía a demasiados, éstos eran de una edad respetable, cursaban el séptimo u octavo ciclo y seguían llevando un curso de tercer ciclo: Análisis de los Estados Financieros. Dante, rápidamente se dio cuenta de la extrema dificultad del curso. “Era cierto aquellos rumores”, decía entre sí.
Seguía la clase con la mayor atención posible. A los veinte minutos después entra una hermosa chica; mientras ella pasaba, las miradas se clavaban en ella, nadie pestañeaba, todos los hombres examinaban aquella belleza traslucida en aquel cuerpo humano. Era dos años mayor que Dante, tenía una cabellera negra ondeada, unos ojos enormes color caramelo, tez clara con ligeros toques de bronceado, una estrecha cintura y dos excelentes razones que será mejor dejarlo en la imaginación de cada uno.
      –Romina –dijo el profe–. Buenas noches
      –Hola profe –respondió–, disculpe la tardanza, me quedé dormida.
      –Qué habrás hecho anoche pues –dijo aquel viejo decrepito, parecía que la violaba con la mirada.
      Todos rieron y se escucharon algunos comentarios vulgares.
      –¿Quién es ah? –preguntó Dante al sujeto que estaba adelante.
      –Ah, es una huevona que se trasladó de la de Lima –respondió, luego de mirarle el trasero a la muchacha– con ésta, es la tercera vez que lleva Análisis.
      Ella deambulaba con un grupo reducido llamado los Huecos, gente que aprobaba un curso a la segunda o tercera vez, de cuatro cinco cursos que se matriculaban, a la primera semana se retiraban en dos o tres. Normalmente no entraban a clases y fumaban afuera del salón. No había viernes de los cuales no asistieran al hueco de la universidad.
      Los días pasaron, llegaron los parciales, Dante y unos cuantos aprobaron a duras penas, el grupo de Romina no pasaba de seis de nota.
      Un día, Dante releía “Rayuela” de Julio Cortázar, sentado en el césped la facultad de Arquitectura, respirando tranquilidad. Una voz de mujer penetró en el oído de aquel joven, despertándolo de ese mundo irreal creado por el subconsciente. Gira la cabeza y sus ojos se pierden en la mirada de Romina. Impactado, no articuló palabra alguna. Romina se sienta a su lado.
      –¿Qué lees?
      –Rayuela.
      –¿Qué es eso?
      –Una obra de Cortázar.
      –¿Y quién es él?
      –Un escritor, el máximo exponente del Boom Latinoamericano.
      –Manya, no se de eso… ¿Y por qué lees eso?
      –Soy un gran aficionado a al lectura y me fascina leer obras notables como ésta.
      La muchacha sonrió un poco y sacó de su mochila un cuaderno.
      –¿Puedes explicarme como salió el Estado de Ganancias y Pérdidas de la clase pasada?
      –Claro.
      Y aquella escena se repetía terminando las clases. Parecía que con el trascurso de los días una amistad entre los dos nacía e iba afianzándose cada vez más.
      Dante llegaba a su casa y escribía los poemas mas hermosos y mejor elaborados que había hecho en su vida; tener de musa a aquella reina era un privilegio, era lo mejor que le había pasado. Se sentía en el cielo, imaginaba tocar las estrellas, caminar sobre el mar, se sentía extasiado cada vez que respiraba la fragancia de su piel.
      Roxana, gran amiga de Dante y la más confidencial, cumplía años e invitó a Dante al hueco para festejar su onomástico. Salen de la universidad y se van caminando hacía dicho establecimiento.
      El color del cielo cambiaba repentinamente, la noche llegaba tímida y con ella una fina lluvia.
      Bajaron del puente, ya se podía escuchar la extrema bulla del hueco y se podía apreciar a los huecos reunidos fuera del establecimiento. Romina estaba abrazada de un tipo de gran musculatura y mayor que ella. Reían como locos y se daban besos ardientes y apasionados. Dante quedó perpelejo al observar aquella escena, se sentía el máximo idiota que existía en el planeta, recordó cuando le preguntó: “Romi, ¿y tienes enamorado?” y ella negó tajantemente con una sonrisa que parecía ser sincera.
      –Hola, Romina –esperando que respondiera.
      –¿Te conozco? –luego de mirarlo como si en verdad nunca lo habría visto– Piérdete chibolo baboso.
      Aquellas palabras retumbaron en el pensamiento del pobre muchacho, nunca se había sentido tan humillado, tan asqueado.
      Llegó a su casa y esa noche no pudo dormir, sudaba frío, se levantaba al baño a cada momento. Lloraba, lloraba en silencio, no quería que nadie lo escuchara. Tiró todas sus obras literarias al suelo y fumó un par de cajetillas en su terraza, mirando la luna, con la mirada perdida en sus recuerdos de una irrealidad creada por su idealismo.
      Pasó un buen tiempo. Dante escuchaba The Ramones en su iPod, cuando Romina se acerca.
      –Quiero que me disculpes por la vez pasada –dijo con una cara de avergonzada más falsa que se haya visto–. Ese huevón es demasiado celoso y no quería que te hiciera algo… Ya termine con el… discúlpame.
      Dante se sacó los audífonos.
      –¿Sabes qué?, vete a la mierda. Crees que puedes pisotearme y pedirme perdón después… Quédate con tu grupo de mediocres, ojala llegues a algo bueno.
      El ciclo acabó, Dante salió invicto y con altas calificaciones; Romina desaprobó el curso por tercera vez, recogió sus papeles, avergonzada, destruida, por fin entendía lo doloroso que puede ser la humillación.

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