martes, 22 de marzo de 2011

Anécdota

Abel permanecía ebrio y desafiando el equilibrio, parado, esperando que viniera un bus para ir a su casa. Eran las tres de la madrugada, lógico, la pista estaba vacía, desierta, sin carros, sin nada, sólo el brusco viento y la oscuridad de la noche. “Putamadre”, se decía una y otra vez. Y de la nada empezó a recordar todo.
Se venía de una fiesta, en Surco, de una amiga de la universidad. Se quedó anestesiado por el alcohol y el poco de cocaína que había inhalado. Al despertarse se dio cuenta que se había pasado de paradero y que estaba en el anexo 36 –dónde será esa huevada dirán ustedes, bueno, el anexo 36 es el último paradero del bus, exactamente donde se guardan los buses, llamado por algunas personas como el “portón”–. Se sintió aterrado. Rogó para poder dormir adentro, pero el chofer, inhumano, le dijo que saliera y se quede a dormir afuera. Pensó lo peor, pensó que iba a ser asaltado bruscamente, golpeado, hasta ultrajado.
      Miró atrás, adelante, hacia todas partes y sólo encontraba, simplemente, nada. De pronto, pasó un taxi, el cual estaba medio lleno. Una chica lo invita a subir; él sin pensarlo dos veces acepta. Los minutos pasaban y las chicas entablaban una entretenida conversación con Abel, el taxista también conversaba, lo extraño de todo era que el taxista tenía un dejo apitucado, “Cha hace acá este huevón”, se preguntaba en silencio. “Abel y si la seguimos en mi casa”, le dijo la más osada de las chicas. Abel empezó a analizar la situación, “Si he salido vivo de esto, las webas, vamos… no, no, mucha huevada, tengo una mala intuición”, pensaba.
      –Pucha –respondió Abel– estoy demasiado cansado, para la próxima puede ser.
      El taxi se detuvo, debido a que el semáforo indicaba la luz roja. Mira a la derecha y observa un policía, bruscamente abre la puerta y se lanza, huyendo de aquel taxi.

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