lunes, 13 de febrero de 2012

Crónicas de una muerte anunciada (Teatro Británico)

Llevaba un poco más de diez minutos de retraso. Mi vista se empañó por una muchedumbre interracial. Entro a Metro. A lo lejos lo divisé, un muchacho entrado en carnes, con un polo manga larga negro y un pantalón azul. Era Apolaya, un viejo amigo de las épocas del colegio. Me acerco y le estrecho la mano, en seguida, nos dirigimos al paradero. El día era perfecto, el sol no jodía tanto como otros días de verano, como otros días de enero.

Subimos al bus. Me senté en la parte de la ventana. En el trayecto Apolaya me hablaba de sus sueños de pertenecer al conservatorio, de lo tanto que se había esforzado para ser un tenor, de sus experiencias musicales como la de cantar en el coro de Miraflores. Miré donde estábamos, faltaba demasiado, recién estábamos por Wilson. “¿Causa, firme que cuidaste en el concierto de Green Day?, me hubieras avisado”, le dije. Me contestó que me hubiera dejado entrar gratis y que sí me avisó, pero eso ya carecía de importancia, lo hecho está hecho. Me contó, también, su experiencia como bodyguard, que había cuidado conciertos de música comercial, discotecas del cono norte hasta raves; que hacía cutras en los eventos, qué había encontrado a una pareja tirando en algún lugar oscuro, en fin, tantas cosas. En San Isidro subió un loco, un artista urbano con una mini radio en el hombro y rapeó una canción de una melodía agradable, sin duda, era arte, después de todo, en algunas de sus expresiones, no como la basura del reggaetón que repiten tres palabras en toda la canción coqueta, coqueta, coqueta, y lo peor de todo, tratan a la mujer como un objeto sexual. Se lo mereció: le entregué una moneda de cincuenta céntimos, “gracias viejo”, me dijo con una sonrisa en el rostro. Luego empezamos a discutir sobre los nuevos hits del verano, las diarreas musicales como llamo, auch si te pego, el choque, tírate un paso y tantas barbaridades. Cuando nos percatamos, ya estábamos en el óvalo frente al parque Kennedy.

Bajamos y caminamos hacía el Jr. Bellavista. Las calles lujosas de Miraflores mutaban a calles de caserones antiguos, callejones y arquitectura old fashion. Observamos un edificio rojo, imponente, y entramos. Dentro de ésta, había gente de alcurnia en su mayoría, “Fácil veamos a las viejas pitucas de La Molina con el pollo Chicken”, le dije a mi compañero. Seguimos bromeando hasta que una chica nos invitó a entrar al salón. Habíamos reservado entradas con anticipación en Teleticket, habíamos escogido la segunda fila para ver mejor –no me arrepiento, fue una magnifica y acertada decisión-, había aprovechado la oferta de pagar diez soles por ser alumno del británico y otros diez por el acompañante, sin dudas, nos resultó baratazo, un precio ridículo para semejante obra. “Oe un toque voy al baño”, le dije a Apolaya. Al salir del baño veo a Apolaya tratando de cerrar el caño, “déjalo así, esas huevadas se apagan solo”, le dije. No me creyó hasta que se dio por vencido. Segundos después se apago solo. Salimos. Esperamos las tres llamadas del pre acto. La gente dejó de hablar y apagaron sus celulares. La actuación, por fin, empezaba.

La obra empezó cuando todos los actores salieron por la puerta cantando, era casi uno de los últimos actos de la novela. Para los que nunca han leído al Gabo García Márquez, déjenme decirles que serán confundidos por su tiempo no lineal, empezando con el presente, yéndose al pasado, volviendo al presente, otra vez en el pasado y terminando en el presente. Nasario, un muchacho rico vestido por ropas blancas, -caracterizado por Emanuel Soriano- es el personaje principal, toda la obra se enfocó en que iba a ser asesinado por los hermanos Vicario –caracterizados por Oscar López Arias y Franklin Dávalos- para así vengar la honra de su hermana –caracterizada por Nidia Bermejo- que había sido devuelta, por no ser virgen, del matrimonio por Bayardo –caracterizado por Sebastián Monteghirfo-, un hombre rico que cuando la conoció decidió casarse con ella, sorprendiendo a todos con su dinero. Hay una escena muy graciosa en la cual estaba la chica no virgen junto a sus hermanas –caracterizadas por Leslie Guillén y Stephanie Orue- rifando una radiola antigua, se acerca Bayardo y le pregunta el costo del aparato, ellas le dicen que no está en venta sino que va ser rifado, a lo que Bayardo responde: “entonces es más fácil, ¿Cuántos boletos quedan?, ellas les responden doscientos y él rápidamente saca el dinero necesario para comprar las doscientas y se va con su “premio”, presuntuoso. El personaje que fue el único testigo de la muerte de Nasario fue caracterizado por Gonzalo Molina. Una sensual Ebelin Ortiz protagonizó a una prostituta, Tommy Parraga hizo el papel de policía y del amigo de los gemelos. Víctor Prada protagonizó al padre, cura, representante de la iglesia. Gabriela Velásquez hizo el papel de la mama de Beyardo. Carlos Mesta protagonizó al padre ciego de los hermanos Vicario. Carlos Victoria protagonizó al carnicero que les entrega los cuchillos a los hermanos Vicario. Y como olvidarse de Claudia Dammert que se lució protagonizando a la mamá de los hermano Vicario castigando a la joven no virgen. La obra genial, espectacular, la gente no dejaba de aplaudir al término de la obra. Los actores, soberbios, se lucieron de principio a fin. No me arrepiento de haber ido a verla, es más, ahora aprovecharé ser alumno para asistir al teatro con entradas a precios ridículos comparados a la calidad de las obras que se dan es ese teatro.

2 comentarios:

  1. bien cholo muy bien eso estuvo bueno y fue sin duda una buena experiencia thanks por excribir .

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  2. giancarlos:

    Claro pe chulls, te prometí que escribiría aquel suceso. Fue muy de putamadre. Por cierto, hoy lo es todo cawsa, destrucción total.

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