jueves, 2 de febrero de 2012

Nunca te enamores de una chica punk

Me encontraba perdido en las marginales calles de Los Olivos, preguntando a lo que se moviera donde se localiza la discoteca Honey. Es probable que la gente pensara, en aquel momento, que era un vagabundo por preguntar sobre tal perroteca (Y se les llama así por los bailes vulgares y obscenos, aduciendo movimientos de perros en pleno acto sexual, que se hacen en dicho establecimiento), pero no, no iba a perrear ni nada por el estilo, sino todo lo contrario, iba a un concierto punk. Usando un poco de astucia y sentido común, empecé a seguir a los locos vestidos de negro. Caminando me topé con mi prima. Estaba con sus amigos, unos sujetos que se hacían llamar la “Naranja Mecánica”, en honor a la magistral novela literaria del mismo nombre. Era una komuna que, a diferencia de otras, no era ningún club de fans o seguidores de alguna banda, sino sólo un grupo de compañeros de la noche. Se reunían en el Free, cuadra 8 de la Av. Arequipa, para emborracharse con tragos baratos (los más conocidos eran la oferta –trago de color oscuro como el ébano y de sabor semejante al vino– y la perita –de sabor parecido al refresco de durazno combinado con alcohol en demasía) y hablar sobre cualquier tema. Eran cinco o seis años mayores que yo. Los conocía desde hacía unos meses. Ariana (su verdadero nombre era Mayra) era la administradora de la komuna. Era la más hermosa del grupo, su belleza estrambótica llamaba la atención de cualquiera, usaba el cabello negro lacio, aunque después se lo pintó de rojo y cambió el lacio por el cabello ondulado. Arizza era su mejor amiga, mujer con gran masa muscular y de aspecto emo, para ser sincero, fue una de las primeras emo del país; solía cortarse los brazos con gillette como auto flagelo. Damián era un metal de cabello rizado, callado, amante de la oscuridad y ateo. Denis era un ex regueeatonero que debido al alcohol y a las chicas bonitas decidió volverse roquero. Mi prima, Mishel, una chica muy hábil y con grandes habilidades interpersonales era la que le daba el sabor al grupo.

Me impacientaba lentamente porque quería entrar de una vez y no esperar más. Tenía catorce años y, por ende, no tomaba. A los minutos llega Arizza con una chica que nunca había visto antes. Se trataba de su hermana, tenía más o menos mi edad. Mentiría si diría que me enamoré a primera vista, posteriormente empecé a verla más atractiva. Su nombre era Karol. Desde esa vez le dijeron Pepa por ser la menor de todos. Ella, a diferencia de mí, bebía y fumaba. Terminan de tomar y se separa el grupo: los que iban a entrar y los que no; Karol se encontraba en el grupo de los que no iban a entrar. No me importó mucho y entramos, la pasamos de mil maravillas, los conciertos en aquellos tiempos eran otra cosa. 

Subía las escaleras del colegio, junto a mi gran amigo Yogui, hasta que algo jamás imaginado sucedió: mientras subía, Karol bajaba.

–¡Pepa! –dije apenas pude reponerme del asombro.
–Hola –respondió, luego de darme un beso en la mejilla.

Pasaron los días, como las cosas que carecen de sentido, y nos juntamos algunos de la komuna en un parque. Me dijeron que la esperara en Metro, la esperé, la saludé y no volví a articular palabra alguna (debo confesarles que en ese tiempo era un tremendo idiota en esos asuntos). Caminamos rumbo a dicho parque, ¿cómo olvidar esa vez?, era de noche y llovía demasiado, ella fumaba y parecía que era consuetudinario. Esa forma de ser y esa belleza diferente se entremezclaban y hacían que cada vez me guste más. Llegamos y luego de un rato, Arizza dijo: “Karol me contó que no le hablaste en todo el camino, cree que le tienes miedo”. Traté de excusarme pero fue en vano. 

Nunca podré olvidar, y estoy seguro que muchos peruanos, el tremendo movimiento sísmico que ocurrió el 15 de agosto del 2007. Tenía quince años. Fuera lo que sea, me sirvió para cambiar y vivir cada día como si fuera el último. El siguiente lunes me armé de valor y fui a buscarla a su salón, en el recreo. Estaba parada en su puerta saboreando un chupetín. Dialogamos diez minutos. La misma escena se repetía casi todos los días. 

Empecé a ir al Free, solo por verla, pero no tenía éxito porque ella rara vez iba. Por ella empecé a tomar mis primeros tragos, cosa que no me arrepiento, aunque, algún día mi hígado se pudra como el sistema socioeconómico. Recuerdo que me desprendí de un disco el cual era nuevo y uno de mis preferidos, todo por regalárselo por el día de su cumpleaños. Mis compañeros de colegio pensaban que era mi enamorada y típico de chibolos retardados de esa edad, jodían. Un día noté que hablaban a mis espaldas.

–¿Qué pasa? –dije.
–Lo que pasa es que… –respondió Diego mirando, nervioso, a todos lados.

No entendía lo que sucedía. Diego saca de su bolsillo un celular y me muestra una foto en la que un infeliz abrazaba, por la cintura, a la reina de mis pensamientos. Me hice el desentendido argumentando que debía ser su amigo, luego de reír nerviosamente.

A los días me aparecí frente a su salón, con una amiga, supuestamente para darle celos. Ella nos mira y, a propósito, intercambia saliva con el mismo infeliz de la foto. Me sentí humillado, pisoteado, el máximo idiota. Le pedí a mi amiga irnos en el acto. Mientras caminábamos, pensaba en cómo me pudo haber gustado esa perra, en lo equivocado que estaba. Otro día, en la salida, la veo besándose con otro sujeto. Me sentí asqueado por la escena. Giro la cabeza y veo a Yogui, con una sonrisa natural, como queriendo interpretar: “Me importa una mierda” y seguimos caminando rumbo a nuestras casas, como si nada hubiera pasado, como si aquello que sentía por esa chica punk rocker nunca existió.

2 comentarios:

  1. hola!! visité tu blog y está genial, Me gustaría enlazarlo en mis blogs y por mi parte te pediría un enlace hacia el mío tambien y de esta forma ambos nos ayudamos a difundir nuestras páginas.

    Si puedes escríbeme a ariadna143@gmail.com

    saludos

    ResponderEliminar
  2. Acabo de responderte, revisa tu inbox.

    ResponderEliminar