miércoles, 2 de mayo de 2012

Lazos fraternales


      La escolta llega al colegio, victoriosa, con un nuevo gallardete. Henry se despide de sus amigos y se dirige a la movilidad escolar. Un grupo de muchachos pasan por su costado y se detiene a comprar hamburguesas en el puesto del gordito. Todos lo conocían. Ni bien sube, es saludado por muchas personas que ilusamente creían ser amigos suyos. Vestido con el uniforme de gala, atraía a más gente, en especial, a las chicas más populares. Escoge su asiento y acto seguido, Evelyn, la abanderada de la escolta de mujeres se sienta a su costado y sin parlotear mucho se funden en un apasionado beso. Él tenía un hermano menor que también estudiaba en el mismo colegio. Se llamaba Elvis. Ambos eran tan opuestos como el cielo y el infierno, como el agrio y el dulce, como lo alto y lo bajo, como lo maravilloso y lo despreciable. Elvis era un chico de doce años, tímido y enclenque.
      Elvis miraba la calle desde su asiento, le encantaba sentarse en el lado de la ventana. De repente, se acerca un muchacho mayor que él y con palabrotas logra sacarlo de su lugar. Todos miraban pero nadie hacía nada. Elvis, afligido y derrotado, se va caminado hacia la parte de atrás, al avanzar lentamente logra cruzar la mirada con la de su hermano. Elvis y Henry tenían una mala relación de hermanos, Henry se avergonzaba de su hermano, lo creía el máximo perdedor. Nunca lo había ayudado en algún problema. Para él no existía. Henry voltea el rostro y mira a Evelyn, incitándola a seguir con su amena conversación, tratando de olvidar la escena. A lo lejos escucha la voz de aquel abusivo: “Es un chibolo huevón igual que su hermano, no sé qué tanta bola le paran a ese huevón, si es igual de perdedor”. Henry no era de pelear, quiso hacerse el que no había escuchado pero al recordar los ojos llorosos de su hermano, al sentir la pena que tenía su hermano menor, al sentir el dolor y la humillación que había pasado Elvis, alimentado con su rencor decide enfrentarse a aquel abusivo. Se para de su asiento y empujando a todo el que se encuentre en su camino, se dirige a su objetivo. El bravucón es advertido por sus colegas y al voltear la mirada, su cara es estrellada con puñete certero. “Ahora pues conchatumadre, ¿qué chucha decías?, voy a sacarte la mierda pero quiero que no se metan ninguno de tus cacheros”. Alaridos infernales convertían el bus en un circo romano. Henry, el brabucón y sus amigos (del bravucón) se bajan de la movilidad escolar y se enrumban a su destino. Al estar a la vuelta del colegio, el bravucón expulsa su mochila y con raudos pasos se aproxima a Henry, Henry esquiva un puñete y es cortado por una chaveta sorpresiva. Su brazo sangraba. No sabía en qué se había metido. Los amigos del bravucón apoyaban a su líder: “Sácale la mierda, hazlo escupir sangre, barre el piso con su cara”. Una señora que pasaba por ahí luego de observar todo llama al auxiliar y al instructor del colegio. Henry olvida el dolor y patea la mano de su oponente, logrando que éste bote su arma. Con dos golpes rápidos y llenos de odio consigue derrumbarlo. En el momento que iba a patearlo es detenido por el grito del auxiliar. Los profesores los toman de rehenes y los llevan al colegio para interrogarlos y castigarlos. “No quiero que me pongan un dedo encima, ustedes no son ni mierda para hacer eso”. Coge su celular y llama a su papá. Su padre llega en seguida y se lleva a su hijo.
      -¿Qué pasó? –dijo el padre- estás todo cortado.
      -Ya en la casa te explico todo –aseveró Henry- sólo quiero que mañana, a Elvis y a mí, nos cambies de colegio.
      -¿Qué cosa?
      -Ese idiota, el que me hizo esto, es un pandillero, no quiero que le haga algo a Elvis, es muy peligroso continuar ahí. Si seguimos, un día de estos, en este colegio, me mataran a mi o a Elvis o quizá a los dos.
      El padre manejaba el carro y no podía comprender qué tan seria era la situación, pero confiando en sus hijos decide aceptar ese pedido.
     Al momento de bajar del carro, Elvis abre la puerta y abraza a su hermano. Su papá los mira extrañado, era la primera vez que sin ser cumpleaños de alguno o navidad se daban un abrazo, un abrazo tan fraternal, tan incondicional, un abrazo que escondía muchos sentimientos. “Es lo menos que podía hacer, eres mi hermano, no podía permitir que alguien te falte el respeto, sabes que siempre estaré cuando me necesites”.

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