sábado, 29 de agosto de 2015

El clon de Kukin y el póster

Salía de Idat, al cruzar la puerta, esquivando el wachiman que estaba parado resguardando el lugar, mi vista se nubló por tanta luz, había salido un sol increíble ese día, a pesar de ser fines de Agosto, se sentía un poco de calor. Encima de levantarme temprano un sábado, para ir a un curso de Excel y estar sentado de 8 a 12:30 haciendo huevadas, sale el puto sol, qué fea huevada, mi suerte iba a extinguirse de a pocos. Lo bueno era que me faltaban solo dos clases para acabar dicho curso: Excel Avanzado y es que luego de estudiar Administración durante cinco largos años, tuve que ponerme a estudiar Excel ya que es indispensable en las funciones que realizo en mi trabajo. “Uno nunca deja de estudiar o actualizarse”, dicen algunos y tienen razón.

Me extrañé que al frente no estaba el cajacho que vendía hamburguesas de carne de cartón. Caminé un par de cuadras y lo encontré. Me saqué los audífonos y le dije que me prepare una hamburguesa de carne, la clásica, la de 2.50. Y es que me tengo que sacar los audífonos para poder hablar con ese hijo de puta, ya que habla en voz baja y casi ni se le escucha. Luego de unos minutos me entrega la hamburguesa y me retiro, claro, antes de eso le había pagado, como para ganar tiempo. 

Seguí caminando y me situé en el parque que está por la UTP, divisé una banca vacía y me senté a comer mi rataburger. Varios pulpines pasaban felices, yo no sé por qué estaban de ese modo, ¿qué es lo que le encuentran feliz? Mientras comía recordaba el problema que había tenido el día anterior en el trabajo. No había más tiempo, ni más que comer y me fui hacía 28 de julio, en la puerta de la UTP me compré un Cifrut, quería comprarme Tampico, pero la tía me quería vender a 2.50, solo tenía algo más de diez soles en mi haber, paso, dije, lo más barato nomás. Aun no me pagaban. 

Por las últimas cuadras de Wilson, en ese lugar donde no pasan autos ya que están construyendo una obra, paso con mis audífonos en las orejas, escuchando una canción de Kendo Caponi, bien chilling, de repente escucho que alguien me habla y siento que me siguen, volteo y miro a un tipo igualito a Kukin Flores, un chorazo pero así de los más maleados.

–Colabora pe varón –me dice mientras me seguía.
–Tamare –atiné a contestar, se me salió, lo dije sin pensar, mientras caminaba y lo miraba examinándolo con odio. 

“Ya perdí, concha su madre”, pensé. Qué huevada que por un puto poster me iban a robar, pero quizá el destino lo quiso así, ya que de todas maneras mis clases terminaron tarde, como nunca, si igual hubiera querido irme a mi casa, me hubiera pasado eso, ya que estaba en el mismo camino. 

–No te estoy robando –dijo el choro, estaba pulseando y como vio que yo no me detuve, ni le entregué nada de valor y seguí caminando y no percibió miedo, continúo- Pero colabora ps.

Metí mi mano a mi bolsillo y saqué lo primero que encontré, eran tres monedas de cincuenta céntimos, se lo di en la mano, este me extendió uno de esos turrones que están 5 por un sol, pero que normalmente lo venden a cincuenta céntimos en los carros. Sin decir gracias ni ninguna palabra, el clon de Kukin se retira, yo seguí caminando abriendo el turrón, frío, sin saber qué hacer. “Conchasumadre, de la que me salvé”, dije. Y es que ese hijo de puta vio mis audífonos y obviamente sabía que tenía un buen celular o algo que emane música y sea de valor, pero como no caí en su juego, cambió de planes. Quizá si hubiese estado escuchando una canción más tranquila, más feeling, hubiera perdido, pero estaba escuchando Kendo, todo canchero, nada me podía bajar. 

Lo del póster es otra historia, esperé sentado en Centro Cívico, mientras escuchaba música, claro, antes de eso me di una vuelta por todo el centro comercial, recordando que en mi nuevo trabajo venía pero a comer. Unos minutos antes de las 2 de la tarde, encontré a un chato con lentes y unos afiches enormes, “ese es”, dije, tal cual me dijo por chat. “Hola, ¿tú eres de Cine Oculto?”, dije. Este afirmó y me extendió la mano, me presenté y luego de intercambiar algunas palabras me entregó mi póster. “Oe y las fotos qué fue”, dije sonriendo. El brother me dijo que ya habían llegado dos pero recibieron su poster y se fueron ya que tenían clases de la universidad. “Fue ps”, dije. Me despedí de él y me fui con mi póster de “Magallanes”, la película peruana dirigida por Salvador del Solar. Me fui con mi premio y mi celular y mi plata y mi dignidad, sobretodo. Le conté a un amigo lo ocurrido y este me dijo: “Pa la mente maestra”, justo había estado pensando en eso y bueno, después de todo se pudo sacar algo bueno de algo negativo o bueno, ¿algo anecdótico? Bicho pal’ callao. ¡Puñeta!

domingo, 7 de junio de 2015

Surrealismo en estado puro

Abro los ojos. Me sentía hecho mierda, no podía moverme, no sabía lo que me estaba pasando, lo único que podía descartar era que estaba resaqueado o peor aun, seguía ebrio. Estaba acostado en una habitación y había una gran luz que me cagaba la vista, amigos, cultos lectores, debo confesar que soy fotosensible.

Luego de unos minutos escuché sonidos extraños, mis ojos se movieron a todas partes para localizar de quien provenia. Dos tipos sumamente indescriptibles aparecieron, acercándose cada vez más a mi. Puta madre, haré el intento, tenían tres ojos, no tenían nariz ni labios, sus dientes eran filudos, sus ojos eran negros como la oscuridad. No podía gritar. Esos hijos de puta me habían sacado la lengua.

Mis ojos se dilataron. Uno de ellos tenía una especie de arma punzo cortante en el brazo, lo levantó, observé el foco y mi vista empezó a ver lucesitas de colores, moviéndose como gusanos. "No, eso no, la concha su madre", pensé. Podía dolerme la cabeza, el estomago, el brazo, las piernas, cualquier cosa, pero no había nada que detestaba más que eso. Cuando recuperé la visión a la normalidad, observé que esa arma caía, la acción fue todo en cámara lenta, el filo perforó mi pecho.

"Christian, levántate", me dijo Audrey. Ella era la chilena más bonita de todo el programa de Work and Travel. Me desperté y vi alrededor, había muchos norteamericanos, Audrey, su amiga la más puta de todas, mi roomate Leonardo y un par de muchachos peruanos que me extendieron su puño para que se choquen con los mios en señal de despedida. "Qué huevada, soñé una mierda bien pastrula", les dije. Agarré un par de chupetes de la cajita que estaba al costado de la cafetera y me dirigí hacía la cola, para cobrar mi pay check.

Un trío de tipos entraron, tenían peinados tipo los personajes del Padrino, sin duda alguna eran italo americanos. "This is a fucking assault, don't do nothing or shot", dijo uno de ellos. Acto seguido apuntó a la amiga de Audrey. No entendía como en esos bancos rurales de Estados Unidos no habían policías en las puertas.

"Take it easy bro", dijo Leonardo y continuó: "Don't do nothing stupid, we lost, you know". Uno de los criminales gritó: " Zitto fottuto sudaca". Una bala salió de su revolver, era dirigido para él, lástima que tuvo una puntería de cagada y me cayó en la cabeza. Estaba al costado de Leo.

Escuchaba la canción In heaven everything is fine. "¿Pero qué carajos sucedió", dije mirando la ventana. Me di cuenta que estaba ya en la estación La Cultura. Veo que la puerta del tren se abre y salgo corriendo, empujando a la gente. Bajo la escaleras y llego primero a esas máquinas del infierno, paso mi tarjeta y sigo corriendo. Luz roja. Me detuve. "Esto es más aterrador que Eraserhead", pensé. Las nubes tenían formas indefinidas. Las personas no tenían rostro, parecían que hubieran borrado sus caras.

Luz verde. Seguí corriendo. En el camino me choco con dos chicas, eran tan hermosas que parecían que fueran ángeles que habían venido para llevarme a su reino y evitarme el dolor mundano. "Disculpen", dije. Extendí mi mano y levanté a la chica que estaba más cerca de mi. Ella tenía los ojos verdes y cabello castaño. Esos preciosos dientes mostrados por su incomparable sonrisa, producieron como especie de flash. "Hey, me olvido de alguien, ah, lo siento", dije poniendo de pie a la otra chica. Tenía el cabello rubio, ojos azules y un piercing en la ceja. "¿Por qué tanta prisa?", me preguntó la rubia. "Estoy huyendo de mis propios miedos", dije. Ambas se rieron. "¿Y a qué le temes?", dijo la otra, la de cabello castaño. "A chicas tan hermosas, la verdad no sé que decir, soy malo con las palabras", respondí.

Pareció que el tiempo regresó atrás unos minutos. Ambas chicas estaban en el piso. Extendí las dos manos para que se pararan, esta vez no dije ni mierda. ¿Acaso fue solo una imaginación de un futuro no muy lejano? Ambas me sujetaron el brazo con una fuerza animal, se aproximaron y rápidamente me sacaron la piel de los brazos. Me desangraba lentamente, iba a morir, me sentía débil, sabía que era el fin. Solo podía ver muy borroso como se comían mi piel.

Grité. Estaba en mi cama. Eran las tres y media de la madrugada. "Ni más vuelvo a ver esas películas surrealistas", dije. "¿Me estaré volviendo loco?.. al menos aprovecharé esta huevada para escribirlo y subirlo al blog, hace años que no subo ni mierda".

jueves, 12 de marzo de 2015

American Trip

7


Luego de la charla con mis padres, me levanté de la cama y me fui a la cocina. Al bajar las escaleras me topé con el caos y el desorden: la cocina-comedor estaba hecha basura. El piso estaba con barro y huellas, la mesa estaba lleno de vasos, latas y envolturas. La sala estaba en el mismo estado. “¡Puta madre!, qué tal tonito”, dije mientras regresaba a la cocina. Me calenté un vaso de sopa Maruchan y regresé a mi dormitorio. Luego prendí la televisión, puse el canal house a todo volumen y entre a Facebook mediante mi Tablet. Me comuniqué con algunos familiares y amigos. Era ya el 31 de diciembre. Por lo que veía, todos mis conocidos se preparaban con ansias para el año nuevo; mientras yo me duchaba para irme a trabajar. El turno que me tocó ese día fue de 4 de la tarde hasta la media noche. Una vez listo, uniformado, me fui hacia el resort caminando. No hacia tanto frío ni tampoco era de mañana para irme con el shuttle. La distancia de mi casa hacia mi trabajo era más o menos una milla, así que tenía tiempo para ver el paisaje y sentir el aire congelado de Pennsylvania. Cuando salía del barrio tenía que bajar hacía el paradero, de ahí tenía que caminar la pista que me llevaba a la carretera. Estando ahí, me colocaba detrás de la línea que separaba el camino de los carros con el lado de los peatones locos y pobres, como yo. Estoy seguro que mucho de ustedes se preguntaran lo de locos y pobres, bueno, digo locos porque en cualquier momento te puede matar un auto y pobres porque en Estados Unidos el que menos tiene auto propio. El cielo permanecía celeste, un celeste tan intenso, era un cielo tan diferente al que acostumbraba ver en mi querida Lima, la gris. Las nubes se movían a gran velocidad, así como los autos, en especial esos camiones gigantes que cada vez que pasaban desprendían un viento tan fuerte que podía empujarme contra las rocas adornadas de nieve, sin problemas, gracias a Dios nunca pasó eso. 

Luego de casi media hora llegué al resort. Abrí la puerta del sótano y entré. En el camino me encontré con algunos muchachos que ya salían de sus turnos, cansados y aun con resaca. Nos saludamos con un “hola”. En la máquina de asistencia, vi la hora, eran ya las 4:03. Aún estaba a tiempo, poncho y entro al ascensor. Como la rutina manda me fui a la cocina donde Andy hace las reuniones antes de cada turno, pero no lo encontré. Encontré a uno de sus chacales, un gringo alto con lentes hípsters y de monturas color negro. Me miró.

–There’s no meeting today. Go to work. 
Lo miré con cierta extrañeza.
–Go ahead! 

Di media vuelta y me fui a Autumn, la cocina que me iba a tocar por el resto de mi estadía en ese resort. Lo único bueno es que ya no tenía que irme a otros lugares, lo malo era que había mucho trabajo en ese lugar. En la cocina ya estaba Frankie. Era un tipo de cabello rubio y ojos verdes, de estatura mediana y que sufría un ligero retardo. Muchos de los puertorriqueños se burlaban de él y lo llamaban “tostao”, que era algo así como loco. Después de todo era de puta madre trabajar con él ya que me brindaba ayuda incondicional y podía platicar en inglés a la vez, eso me ayudaba a hablar más fluido. Dentro de él no había maldad, no había poses del más pendejo ni nada por el estilo, era una de las pocas personas que se mostraban tal y cual era. 

Cuando sacaba los racks con vasos escuché gritos y sonidos de juegos artificiales. Ya era medianoche, ya era año nuevo y yo seguía trabajando. Salí de la cocina y en el pasillo vi a muchas familias, niños jugando, abrazando a sus padres, parejas brindando con licores caros. Me sentí miserable. Entré a la cocina y me despedí del gran Frankie.

–Hey, It’s 12:10, I’ll go home.
–Ok, ok Christian –me dijo mientras seguía trabajando duro– Take care
–See ya tomorrow. 

Bajé rápidamente y llamé por teléfono para que el shuttle me recoja. Vino Miguel, el chofer del shuttle. Era puertorriqueño pero a pesar de eso, era de los pocos que no tenía corte regueatonero, seguro era porque ya estaba en la base 4 y sería ridículo vestirse así. Conversamos. Me dijo que todos se habían reunido en dos casas, la mitad en la de los argentinos y los otros en la mía. “¿En mi casa?”, dije. Recién me enteraba. Llegamos. Me despedí del viejo y toqué la puerta. Me abrió Alberto y nos saludamos, pasé y vi a muchos chicos del programa work and travel en mi sala y cocina-comedor, no me detuve a saludarlos uno por uno, sino solo atine a decir: “Hola, qué tal, Feliz año” mientras subía a mi cuarto a encerrarme para dormir sin importar qué día era.

sábado, 3 de enero de 2015

American Trip

6


Al día siguiente de primer día de trabajo, la pasé en casa, chilleando en internet. El segundo día de trabajo fue diferente: tenía que entrar a trabajar a las 8 am. Ese día, y como el resto de los días que me tocaba trabajar en la mañana, me levanté a las 6:50. Medio zombie me cambié y vestí con el uniforme de trabajo: aquel pantalón ancho de color crema, un polo plomo que tenía el logo del resort y mis zapatillas negras de Perú; la gorra la guardé en el bolsillo de mi jacket. Bajé al baño, me lavé la cara y me afeité. Acto seguido guardé mi máquina de afeitar en el cajón de mi cuarto. ¿Qué chucha iba a dejar esa huevada en el baño?, luego alguien lo usaba y me pegaba alguna enfermedad de transmisión sexual y me iba al carajo. Ya aseado, me fui a la cocina a servirme mi desayuno. Siempre desayunaba un par de panes blancos con jamonada y queso amarillo y tomaba leche. Después de desayunar hacía hora en el mueble hasta las 7:40, hora en que pasaba el shuttle a la esquina de mi barrio. Había gente impaciente que esperaba el shuttle en el paradero; yo, en cambio, esperaba en mi casa para recién salir. Cuando era hora estaba atento en el mueble mirando la ventana. 

Desde ese día empecé a trabajar dentro del hotel. Aprendí que antes de comenzar a laborar, tenía que ir a la cocina principal a reunirme con el manager y los demás dishwashers. El manager se llamaba Andy, era un viejo pelado, blancón, de ojos verdes y de estatura mediana. Siempre hacía preguntas de cuál es el tiempo que se debe poner en el agua caliente las ollas o qué valores debe tener el dishwasher ideal. Aunque antes consideraba que era pérdida de tiempo, debo confesar que esas palabras que decía, lejos de ser clichés, lograban identificarte con la empresa y con tus funciones, además de motivarte. Nunca podré olvidar aquella frase que marcó mi vida: “nothing is imposible” y eso lo aprendí más tarde cuando tenía que trabajar solo o lavar las cosas de tres restaurantes o quedarme a doblar turno y hacer dieciséis horas de trabajo. 

Y sí, ese día me tocó trabajar solo y en el área que más odié: Pots. En ese lugar no había máquina ya que no se lavaba platos ni vasos ni tasas; solo tenías que lavar ollas, recipientes, bandejas y demás huevadas de tamaño colosal. A la hora y media, mis manos se quedaron hechas mierdas, a pesar de que usaba guantes. Las yemas de mis dedos se pusieron como gelatina. Maldije ese día. Me prometí que si me volvían a ubicar en esa área agarraba mis cosas y me iba a New York con mi tía, ¡al carajo todo! Gracias a Dios eso no sucedió. 

El tercer día fue más relajado: me tocó trabajar en Autumn y con Frankie. Luego de trabajar llegué a mi casa, me bañé y mi cambié para el cumpleaños de mi roomate Lalo. Esa fiesta fue demencial. Hubo tragos en exceso: abrías la puerta del fridge y veías latas de cerveza en cantidades respetables, en las mesas no faltaban las botellas de vodka y ron Bacardi, ícono del trago boricua. Vinieron todos: los argentinos, chilenos, peruanos, puertorriqueños, hasta tres norteamericanos y un mexicano. Fue de puta madre. Jugamos Flip cup. Para los que no saben, para jugar tienes que ubicarse en una mesa, dividir la gente en dos grupos de siete jugadores, preferentemente, servir cerveza en vasos descartables, ubicar los vasos llenos cerca a cada jugador y en poner en el filo de la mesa. Cada jugador tiene que esperar su turno, una vez que le toca tiene que tomar el vaso de cerveza, una vez que este vacío, debe ubicarlo en el filo y voltearlo con la palma de la mano. Ganamos dos juegos de tres rondas. 

Fue un descontrol total: rompieron el baño, la puerta del cuarto de mis roomates y vomitaron. No me acuerdo muy bien, pero creo que yo también buitré en la cocina, luego de zamparme shots de Bacardi, luego de haber jugado el flip cup. Lo malo de ese inolvidable party, fue que tuve un problema con el cumpleañero. Ese huevón a pesar de que cumplió 24 se puso pedo y empezó a romperme las bolas. Pero bueno, nada es felicidad completa, ¿no? 

Al día siguiente, Lalo me despertó. Me dijo que me llamaba mi viejo por teléfono. Seguía ebrio, me daba vueltas la cabeza y no coordinaba las palabras. A diferencia de la navidad, ya me encontraba más tranquilo ya que ya trabajaba y estaba empezando a acostumbrarme a vivir solo, lejos de casa. De todas maneras, la conversación que tuve con mis padres fue algo feeling. Al despedirme mandé saludos a los demás y les dije que cuidaran a mi fiel y mejor amigo perruno llamado Black.