jueves, 12 de marzo de 2015

American Trip

7


Luego de la charla con mis padres, me levanté de la cama y me fui a la cocina. Al bajar las escaleras me topé con el caos y el desorden: la cocina-comedor estaba hecha basura. El piso estaba con barro y huellas, la mesa estaba lleno de vasos, latas y envolturas. La sala estaba en el mismo estado. “¡Puta madre!, qué tal tonito”, dije mientras regresaba a la cocina. Me calenté un vaso de sopa Maruchan y regresé a mi dormitorio. Luego prendí la televisión, puse el canal house a todo volumen y entre a Facebook mediante mi Tablet. Me comuniqué con algunos familiares y amigos. Era ya el 31 de diciembre. Por lo que veía, todos mis conocidos se preparaban con ansias para el año nuevo; mientras yo me duchaba para irme a trabajar. El turno que me tocó ese día fue de 4 de la tarde hasta la media noche. Una vez listo, uniformado, me fui hacia el resort caminando. No hacia tanto frío ni tampoco era de mañana para irme con el shuttle. La distancia de mi casa hacia mi trabajo era más o menos una milla, así que tenía tiempo para ver el paisaje y sentir el aire congelado de Pennsylvania. Cuando salía del barrio tenía que bajar hacía el paradero, de ahí tenía que caminar la pista que me llevaba a la carretera. Estando ahí, me colocaba detrás de la línea que separaba el camino de los carros con el lado de los peatones locos y pobres, como yo. Estoy seguro que mucho de ustedes se preguntaran lo de locos y pobres, bueno, digo locos porque en cualquier momento te puede matar un auto y pobres porque en Estados Unidos el que menos tiene auto propio. El cielo permanecía celeste, un celeste tan intenso, era un cielo tan diferente al que acostumbraba ver en mi querida Lima, la gris. Las nubes se movían a gran velocidad, así como los autos, en especial esos camiones gigantes que cada vez que pasaban desprendían un viento tan fuerte que podía empujarme contra las rocas adornadas de nieve, sin problemas, gracias a Dios nunca pasó eso. 

Luego de casi media hora llegué al resort. Abrí la puerta del sótano y entré. En el camino me encontré con algunos muchachos que ya salían de sus turnos, cansados y aun con resaca. Nos saludamos con un “hola”. En la máquina de asistencia, vi la hora, eran ya las 4:03. Aún estaba a tiempo, poncho y entro al ascensor. Como la rutina manda me fui a la cocina donde Andy hace las reuniones antes de cada turno, pero no lo encontré. Encontré a uno de sus chacales, un gringo alto con lentes hípsters y de monturas color negro. Me miró.

–There’s no meeting today. Go to work. 
Lo miré con cierta extrañeza.
–Go ahead! 

Di media vuelta y me fui a Autumn, la cocina que me iba a tocar por el resto de mi estadía en ese resort. Lo único bueno es que ya no tenía que irme a otros lugares, lo malo era que había mucho trabajo en ese lugar. En la cocina ya estaba Frankie. Era un tipo de cabello rubio y ojos verdes, de estatura mediana y que sufría un ligero retardo. Muchos de los puertorriqueños se burlaban de él y lo llamaban “tostao”, que era algo así como loco. Después de todo era de puta madre trabajar con él ya que me brindaba ayuda incondicional y podía platicar en inglés a la vez, eso me ayudaba a hablar más fluido. Dentro de él no había maldad, no había poses del más pendejo ni nada por el estilo, era una de las pocas personas que se mostraban tal y cual era. 

Cuando sacaba los racks con vasos escuché gritos y sonidos de juegos artificiales. Ya era medianoche, ya era año nuevo y yo seguía trabajando. Salí de la cocina y en el pasillo vi a muchas familias, niños jugando, abrazando a sus padres, parejas brindando con licores caros. Me sentí miserable. Entré a la cocina y me despedí del gran Frankie.

–Hey, It’s 12:10, I’ll go home.
–Ok, ok Christian –me dijo mientras seguía trabajando duro– Take care
–See ya tomorrow. 

Bajé rápidamente y llamé por teléfono para que el shuttle me recoja. Vino Miguel, el chofer del shuttle. Era puertorriqueño pero a pesar de eso, era de los pocos que no tenía corte regueatonero, seguro era porque ya estaba en la base 4 y sería ridículo vestirse así. Conversamos. Me dijo que todos se habían reunido en dos casas, la mitad en la de los argentinos y los otros en la mía. “¿En mi casa?”, dije. Recién me enteraba. Llegamos. Me despedí del viejo y toqué la puerta. Me abrió Alberto y nos saludamos, pasé y vi a muchos chicos del programa work and travel en mi sala y cocina-comedor, no me detuve a saludarlos uno por uno, sino solo atine a decir: “Hola, qué tal, Feliz año” mientras subía a mi cuarto a encerrarme para dormir sin importar qué día era.

1 comentario:

  1. Vaya, que tal año nuevo tío.. lo narraste de tal forma que estuve allí
    Una fecha no es ni mierda si no la pasas con la gente que te quiere

    PD: Sigue escribiendo! - EBP

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