sábado, 20 de febrero de 2010

Capítulo III - Amor incondicional

El alba apareció, de repente, de una manera majestuosa, grandilocuente, pomposa, realmente indescriptible. Las estrellas dejaron de brillar como lo solían hacer. Un indescriptible, estruendoso sonido logra sacudir a Alexis de la cama y despertarlo del sueño en el que estaba sumergido. Luego de apagar la alarma de su celular, se da cuenta de que sus padres no están en casa al encontrar una nota que dejó su mamá, encima de la mesa de noche, indicando el motivo de su ausencia. Esto no le interesaba en lo absoluto. Prende la radio y coloca un disc compact de Elektroduendes. Era su banda favorita. Adoraba la música punk. Empezó a asistir a conciertos de rock subterráneo a los catorce años. Desde esa edad comenzó a beber y vivir sin respetar regla alguna. Era un rebelde sin causa. Solía ir a Cailloma a perder tiempo con jóvenes mayores  que él. Vestidos de negro, usaban casacas de cuero, correas metálicas, zapatos ridículos y peinados estrafalarios. Se hacían llamar anarco punks. Siempre lo fastidiaban porque Alexis no tenia ningún motivo para estar en contra del gobierno, peor aún, era de la clase social privilegiada, por eso lo tildaban de burgués. Esto no le importaba mucho. Más tarde, entra a la ducha y se baña escuchando el estridente ruido. Se cambia. Saluda a Diana, la empleada de casa, desayunan juntos. Con un beso en la mejilla se despide de ella y se va en auto hacia la universidad.
En dicho lugar se encuentra con sus amigos y los invita a una fiesta por fin de parciales, en su casa, indicándoles que será destrucción total: sexo, drogas y alcohol. Estos, sin pensarlo dos veces, aceptan.
Regresa a su casa y observa con infinita ternura a Diana barriendo.
–Diana, acompáñame a Ripley.
–¿Qué vas a comprarte, esta vez?
–Para mí, nada.
 – ¿Entonces? –mirándolo extrañada.
 –Haré una fiesta y quiero que estés ahí, divirtiéndote, es por eso que te compraré ropa. No acepto un “no” por respuesta.
–No, Alexis. No puedo aceptarlo, no quiero ser una oportunista, ni mucho menos abusar de tu confianza.
–Siempre has estado desaprovechando tu juventud. Es hora de que vivas como alguien de tu edad. Siempre querré lo mejor para ti.
–Gracias –responde Diana avergonzada.
Al salir de Ripley, le dice a Diana que la espere un momento. Se acerca a un sujeto de actitudes poco inusuales y, sin que nadie se de cuenta, compra diversos tipos de drogas, como éxtasis, speed, metadona, heroína, anfetaminas y LSD.
Más tarde, de a pocos, empiezan a llegar los invitados, no sólo su grupo inseparable de la universidad, sino gente desconocida, amigos de invitados.
–¿De dónde has sacado tanta gente? –comienza Yardel
–Pa’ que veas pe’ papá –haciendo un gesto, con las manos, de grandilocuencia.
–Apuesto que no conoces ni el cincuenta por ciento.
–Ni cagando… más.
Yardel lo mira con una mirada fulminante.
–Ya, ya, bueno, manyaré a un veinte por ciento. En la variedad está el gusto, no seas matachongos.
–¡Puta madre! Puro paracaidista.
Rieron. Entretanto, Thiago besaba a Rita, en el sofá. Yardel bailaba desenfrenadamente. Roberto, Renato y Leslie hacían unas mezclas alucinantes, tomaban whisky, vodka, ron y tequila, alcoholizándose sin medir las consecuencias. Los demás invitados bailaban y se aplicaban un poco de la dosis necesaria, algunos se metían a los dormitorios haciendo que la noche sea testigo de su intimidad. Por primera vez, Alexis estaba sobrio, sano totalmente, sin consumir droga alguna, todo por Diana. La invita a bailar y ésta se rehúsa, argumentando no saber bailar, él no se da por vencido y la logra sacar, como ella no sabía, le enseña unos pasos. Aprovechando que estaba en una canción lenta, se acerca a su oído.
–Gracias por estar aquí –sus ojos brillaban como las estrellas– eres especial.
Ella al escuchar eso se asombra y permanece callada, ruborizada, en realidad ella también estaba enamorada de él. Las horas siguieron pasando. La fiesta concluye a las 6 de la mañana del siguiente día.
En la tarde, Yardel decide visitar a Alexis en su casa para conversar sobre el éxito de la fiesta.
–Oye, ¡estuvo de puta madre!
– Se hace lo que se puede –presumiendo, como siempre lo hace.
–¡Alucina!, habré estado tan pasado que no te vi lanzado –sonriendo mostrando los dientes amarillos producido por el consumo de marihuana.
–No lancé ayer.- responde Alexis bajando la mirada.
–Ni cagando huevón –ceñiendo las cejas– ¿firme?
Alexis había decidido darle una vuelta de ciento ochenta grados a su vida, dejar los malos hábitos, comenzar a ser buena persona, importarse en los demás y no sólo en sí mismo. No había mayor motivo, ¿mayor motivo?, Diana era su único motivo de seguir sobreviviendo a esta dura etapa existencial llamada vida. Sabía que su estatus social no le iba a permitir estar con Diana, por ser de clases sociales abismalmente diferentes pero esto no le importó, nunca le había importado nada; sin embargo,  desde que la conoció supo que es interesarse por algo, en este caso, por alguien, y descubrir aquel sentimiento que lo hacía sonreír y llorar; soñar y aterrizar; querer y odiar.
A pesar de numerosos intentos fallidos de conquistarla; regalándole flores, chocolates, dedicándole canciones y escribiéndole los poemas más cautivantes que se hayan leído; ella no le correspondía, se hacia la difícil. Hasta que un día, entra al cuarto de Diana muy decidido, ella estaba viendo tv y lo apaga.
–Quiero que me respondas lo que te voy a decir.
–¿Qué pasa?, ¿qué quieres que te diga?
–¿Me quieres?, ¿sientes algo por mí?
–No, no te quiero.- responde volteando el rostro.
–Dímelo, pero esta vez mirándome a los ojos. Te conozco Diana, no me puedes engañar.
–Y si así fuera, lo nuestro nunca funcionaria.
–¿Por qué lo dices?
–Mira, soy la empleada de la casa, tú mereces alguien mejor. Somos de mundos diferentes. Esto no es una ridícula telenovela donde la pobre se enamora del rico, esto es la realidad. Te amo, pero nuestro destino es no estar juntos.
Al escucharla decir eso, la coge de la cintura y la besa apasionadamente. Ella corresponde con el beso, pareció que el tiempo se detenía para los dos.
–Olvida esos prejuicios, ¿quieres estar conmigo?
Ella acepta y se vuelven a dar un beso, pero esta vez, fue un beso tan sincero que selló el amor incondicional que se tenían, ese amor verdadero, ese amor capaz de traspasar fronteras.

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